La Reina Brava de Las Niñas de Cádiz deslumbra con su humor corrosivo contra la corrupción y el poder

Reportajes: Angela Carrasco Miércoles, 26 de Noviembre de 2025 Tiempo de lectura:

Hay espectáculos que consiguen algo infrecuente: hacer que el público se ría con una tragedia. La Reina Brava, lo más reciente de Las Niñas de Cádiz, lo logra cada vez que, desde su estreno en mayo, ha pisado un escenario. Su actuación del pasado sábado en el teatro Reina Sofía de Benavente se suma a ese logro

Desde la salida sorpresiva de las actrices, desde el primer verso en escena, se sintió la esencia del teatro isabelino, pero también se palpó el romancero del sur, los corrales de comedias y esa picaresca tan española que convirtió lo solemne en carcajadas inteligentes.

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Un arranque con sabor gaditano

Tres actrices (y sus varios personajes), ocuparon el escenario y lo llenaron por completo (algo no característico del tradicional teatro isabelino), y que aplaudimos a manos llenas: ¡empoderamiento teatral femenino a tope!

No hizo falta una escenografía elaborada. La música, el vestuario, las actuaciones mismas, y un texto afilado lograron para dibujar un reino corrupto y atemporal donde la justicia pesa menos que la prevaricación y donde el poder se consume en su propio fango moral.

El público benaventano, siempre hambriento de teatro, recibió la obra con ese canto gaditano que funcionó como bienvenida y como una declaración clara de lo que estaba por venir.

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Un eco shakespeariano en clave de romancero

La pieza bebe de los grandes dramas de venganza shakesperiana, pero el guiño, lejos de la solemnidad trágica, se transforma en parodia amorosa al género, con un verso que mezcla el desparpajo del octosílabo con la gravedad del endecasílabo.

La trama se centra en un magnicidio. Una reina astuta, despiadada y éticamente desahuciada gobierna a golpe de capricho; solo una madre, movida por la venganza tras el incumplimiento de una promesa laboral a su hija, se atreve a desafiarla. Todo ello en un universo donde bufones, cortesanos y trepas se mueven con la lógica de situaciones demasiado cotidianas: la corrupción como sistema, el interés propio como brújula, la precariedad como combustible del resentimiento.

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Texto brillante, humor certero

Ana López Segovia firma un texto de extraordinaria viveza, tejido con redondillas, romances y estrofas que destilan ironía sin perder la precisión poética. La autora nunca permite que el humor derive en astracanada, humor excesivo; todo está medido para que la risa no eclipsara la idea central. Aquí reside el mérito del montaje: convertir una tragedia palaciega en comedia sin restarle hondura.

El bufón —magistral Rocío Segovia, capaz de saltar de un registro a otro con soltura pasmosa— funciona como conciencia incómoda del reino, el único con algo de sentido común. Segovia también interpreta inteligentemente a la hija, una trabajadora abnegada y sobrecargada.

La reina, interpretada por la propia López Segovia, combina crueldad y torpeza con una gracia desarmante. Alicia Rodríguez, el juglar del reino, polivalente y convincente, sostiene con naturalidad y humor su múltiple galería de personajes.

Nos encantó particularmente la coreografía teatral de esas misteriosas y enigmáticas brujas modernas que, con boinas y gafas oscuras, demostraron la versatilidad de las actrices.

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Vestuario y escena: el arte de lo mínimo bien hecho

El vestuario de Miguel Ángel Milán es uno de los grandes aciertos del montaje: detallado, funcional y lleno de guiños que el espectador celebra, desde el bolso rojo de marca hasta las palabras bordadas en la capa de la reina.

La escenografía, dos grandes estardantes con un gran emblema plasmado, basto para sostener el ritmo frenético de entradas, salidas y cambios de rol.

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Lo clásico hecho popular

Aunque la historia sea atemporal, las resonancias con nuestra realidad son inevitables, y quizá esa sea la verdadera grandeza del montaje: recordarnos, entre carcajadas, que el poder en ocasiones ha sido terreno fértil para la vanidad, la ambición y el autoengaño.

En definitiva, La Reina Brava fue nuevamente un banquete teatral donde Shakespeare y el romancero gaditano se sentaron a la mesa y brindaron juntos. Y el público —en nuestro caso, el de Benavente—, feliz, brindó con ellos.

Las Niñas de Cádiz vuelven a triunfar en las tablas del teatro benaventano, en el que han representado cuatro de sus obras, aunque ya eran conocidas anteriormente en su faceta como Chirigóticas. Manifestaron que el Reina Sofía de Benavente es para ellas como estar en casa.

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