Hijo de padre benaventano y madre berciana, Enrique pasó su infancia y juventud en Benavente, donde estudió en el colegio concertado San Pedro de Advíncula, regido por una congregación religiosa. Desde pequeño participó activamente en la vida parroquial de San Juan del Mercado, donde comenzó su vinculación con la catequesis y la comunidad cristiana.
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Su vocación, sin embargo, empezó a gestarse años más tarde, cuando visitaba a su abuela en la residencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, en Benavente. “Me llamaba la atención cómo aquellas mujeres entregaban su vida entera a cuidar de los demás”, recuerda Enrique. Poco después, durante la Jornada Mundial de la Juventud de 2011, celebrada en Madrid, sintió por primera vez con claridad que su lugar estaba en la Iglesia: “Fue entonces cuando descubrí que mi sitio era éste, que Dios me llamaba a ser sacerdote”.
Tras cursar la ESO en Benavente, ingresó en el seminario menor de Zamora, donde completó el Bachillerato mientras profundizaba en su vida espiritual y en su relación con Dios. Posteriormente, estudió Teología en Salamanca, aunque a los 20 años decidió tomarse un tiempo de reflexión para madurar su vocación. “Necesitaba crecer y entenderme mejor a mí mismo”, reconoce. Años más tarde, ya con mayor madurez y convicción, regresó al seminario y completó sus estudios.
Su formación se amplió con una etapa en Roma, en el Colegio Español y la Universidad Gregoriana, donde cursó estudios superiores y vivió experiencias inolvidables, como participar como diácono en una misa presidida por el Papa Francisco. “Fue una experiencia muy enriquecedora, humana e intelectualmente”, afirma.
Ya de regreso en España, Enrique fue destinado a la zona de Toro, donde ha estado colaborando pastoralmente desde el pasado verano. De su experiencia como diácono recuerda con especial cariño el acompañamiento a los enfermos y mayores, y el consuelo que supone poder acercarles la comunión y la palabra de Dios.
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De cara a su ordenación, reconoce que siente “cierto vértigo, porque es una decisión para toda la vida”, pero también una profunda paz y alegría. “Lo importante es vivirlo día a día, con sencillez, estando cerca de la gente y transmitiendo el amor de Dios”, explica.
Entre los retos que percibe en la Iglesia actual, destaca el reto pastoral y demográfico: “Cada vez hay menos población y menos sacerdotes, pero eso nos invita a ser más auténticos, a transmitir el mensaje de Jesús con verdad y cercanía”.
A punto de comenzar su ministerio sacerdotal, Enrique asegura que su vida apenas cambiará: “Seguiré siendo el mismo, pero ahora podré celebrar la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación. Espero estar aún más disponible para servir a los demás”.
Como mensaje final, el joven sacerdote benaventano deja unas palabras de esperanza:
“Quiero que la gente sepa que Dios les quiere, que está con ellos y que responde a lo más profundo de nuestro corazón. Jesús es quien da sentido y alegría a la vida.”
La comunidad cristiana de Benavente vivirá con emoción esta ordenación, un acontecimiento especial que simboliza la continuidad de la fe y el compromiso de una nueva generación de sacerdotes al servicio de la Diócesis de Zamora.
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