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La Federación Peruana de Fútbol (FPF) tomó una decisión drástica pero inevitable: la destitución de Jorge Fossati como seleccionador nacional. El técnico uruguayo, que había llegado con la misión de enderezar el rumbo de la Blanquirroja, no consiguió revertir la caída libre en las eliminatorias sudamericanas rumbo al Mundial 2026. Con apenas una victoria en doce partidos y el equipo hundido en el fondo de la tabla, la paciencia institucional y la fe de la afición se agotaron. La pasión no muere, y por eso el fútbol en Perú solo mantiene vivo el interés incluso tras la eliminación.
La estadística resume la magnitud del problema:
- Perú logró solo 1 triunfo en 12 partidos disputados.
- Sumó 8 puntos de 36 posibles, la peor marca de las últimas dos décadas.
- Registró apenas 9 goles a favor, mientras encajó 21 en contra.
- Acumuló 7 derrotas consecutivas en la fase más crítica del torneo.
- Terminó en la última posición de la tabla, sin opciones ni siquiera de repechaje.
Estos números no son solo fríos registros: son el retrato de un equipo desarticulado, incapaz de competir en el nivel que exige la Conmebol.
Estos datos, más que una condena al técnico, exponen una crisis estructural que atraviesa a todo el fútbol peruano. La falta de planificación en divisiones menores, la ausencia de proyectos sostenidos y la dependencia de generaciones pasadas dejaron a la Blanquirroja sin brújula en el momento más decisivo. No es casualidad que otros países de la región, con menos tradición histórica, hayan dado pasos firmes en infraestructura y formación mientras Perú quedó estancado.
El despido de Fossati abre una herida, pero también una oportunidad. Si la FPF entiende que el futuro no se construye con parches, sino con proyectos de largo plazo, este fracaso puede convertirse en el punto de inflexión que el país necesita. La eliminación al Mundial 2026 ya está escrita, pero el rumbo hacia 2030 aún se puede reescribir. Y ahí estará la verdadera medida de sí Perú aprendió o no la lección.
Un proyecto que nunca despegó
Cuando Fossati asumió el cargo, lo hizo con la promesa de aportar experiencia y orden táctico. Sin embargo, el equipo nunca encontró estabilidad. Las constantes rotaciones, la falta de un esquema ofensivo claro y la dependencia de figuras veteranas marcaron un proceso que se desmoronó partido tras partido.
El contraste con la etapa de Ricardo Gareca —cuando Perú regresó a un Mundial tras 36 años y disputó un repechaje en 2022— fue inevitable. Mientras aquella selección transmitía convicción, la actual quedó atrapada en la duda y la inconsistencia. Fossati no pudo renovar el espíritu competitivo ni generar un recambio generacional a la altura de las exigencias.
Factores detrás de la crisis
La destitución de Fossati no se explica solo por los resultados inmediatos, sino por un cúmulo de deficiencias estructurales:
Entre los factores más relevantes destacan:
- Falta de gol, con delanteros incapaces de convertir en los momentos clave.
- Ausencia de renovación, con una plantilla envejecida y sin jóvenes consolidados.
- Lesiones recurrentes, que limitaron la continuidad de un once titular competitivo.
- Debilidad táctica, con cambios de sistema que nunca cuajaron en cohesión.
- Mentalidad frágil, reflejada en derrotas consecutivas sin capacidad de reacción.
La suma de estas carencias convirtió cada jornada en un suplicio y redujo al mínimo la confianza del vestuario y de la afición.
La reacción de la afición y el desafío institucional
La destitución de Fossati fue recibida con alivio por buena parte de la hinchada, que ya pedía un cambio de timón desde hace meses. Sin embargo, el problema trasciende al banquillo. La FPF enfrenta ahora el reto de reconstruir un proyecto que recupere la ilusión y que apueste por el desarrollo de jóvenes talentos.
La afición exige más que un nuevo nombre: pide una visión de futuro que evite repetir los mismos errores. El vacío de identidad futbolística se ha vuelto tan grave como los malos resultados, y sin un plan claro el riesgo de otra frustración se mantendrá intacto.
¿Qué rumbo debe tomar Perú?
El próximo seleccionador heredará una misión compleja: revitalizar un equipo desgastado, recuperar confianza y sembrar un recambio generacional real. Para lograrlo, se necesitan cambios estructurales:
- Fortalecer las divisiones menores, creando academias competitivas que alimenten a la selección.
- Reducir la dependencia de veteranos, apostando por jóvenes que ya destacan en ligas extranjeras.
- Definir un estilo de juego estable, adaptado a las características del futbolista peruano.
- Modernizar la preparación física y mental, evitando la fragilidad que marcó esta campaña.
- Construir un proyecto a largo plazo, con objetivos más allá de un ciclo mundialista.
Estos pasos no garantizan éxito inmediato, pero sí representan la única vía para que Perú vuelva a competir en el máximo nivel.
Un punto de inflexión
La salida de Jorge Fossati no es solo un relevo en el banquillo: es el epitafio de un ciclo oscuro y el prólogo de una era incierta. Perú verá el Mundial 2026 desde la distancia, con la herida abierta de una eliminación que duele más por la forma que por el resultado. Pero, en esa misma herida, late también una oportunidad: repensar de raíz el modelo de selección y apostar por un horizonte más ambicioso.
El verdadero desafío de la FPF no se reduce a firmar un nuevo entrenador, sino a edificar un proyecto que trascienda coyunturas y devuelva orgullo a la camiseta. La Blanquirroja no puede resignarse a ser espectadora: necesita recuperar protagonismo en Sudamérica, sacudirse la dependencia del pasado y aprender de sus propios errores para reinventarse con una generación que mire hacia adelante.


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