Día Martes, 11 de Noviembre de 2025
Salus Maniega, un apasionado coleccionista, abre las puertas de su particular museo doméstico, donde guarda décadas de recuerdos, tradiciones y curiosidades
En un rincón de la comarca, entre paredes que respiran historia, se esconde un tesoro poco convencional: el Museo de Salus, una colección privada de antigüedades y objetos etnográficos que su dueño, Salustiano Maniega Alonso, ha ido atesorando desde 1985.
Lo que empezó como un simple emparrado para meriendas familiares se transformó, por sugerencia de su esposa Lourdes, en un museo vivo que no deja de crecer. "Iba juntando tantas cosas que mi mujer me dijo: ‘¿Por qué no haces un museo?’. Y así fue", explica Salus, quien, con la ayuda de su hermano, adaptó el espacio para albergar sus tesoros.
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Al cruzar la puerta, los visitantes se topan con un carro tirado por un burro tan realista que muchos dudan si es de verdad. La figura, obra del artesano benaventano José Ángel Llamas, es solo el comienzo de un recorrido por herramientas de labranza, radios antiguas, gramófonos, trenes en miniatura, relojes de bolsillo y hasta una colección completa de motos Harley-Davidson dedicada a su hijo Pablo.
Entre las piezas más curiosas destacan:
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Una lámpara de velas dobladas por el calor, un detalle que pocos visitantes notan.
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Una mesa hexagonal fabricada con un bloque de pozo, incrustada con nueces, café, almendras y hasta tabas de cordero que ha ido coleccionado su esposa.
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Barajas de todo el mundo, incluyendo una redonda y otra con símbolos chinos, cada una con su libro explicativo.
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Herramientas de carpintería que pertenecieron a su padre Virgilio, junto a un afilador de cuchillos traído desde Santiago de Compostela.
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Historias con alma
Cada objeto tiene una anécdota. Los camiones en miniatura los reunió para su hijo Rafael, conductor profesional; los pupitres y enciclopedias escolares son un homenaje a su etapa como maestro en Irún, donde sus exalumnos de 1973 aún lo recuerdan con cariño. "Vinieron 17 a celebrar mi jubilación aquí, en casa", cuenta emocionado.
El museo, que ya ha requerido una ampliación, sigue en constante evolución. "Es un placer que la gente lo vea", asegura Salus, quien recibe a visitantes sin ánimo de lucro, ya sean amigos o curiosos.
El Museo de Salus no es solo un almacén de antigüedades, sino un homenaje a la vida rural, a los oficios perdidos y a las pequeñas historias que tejieron una época. Quienes deseen visitarlo pueden contactar con Salus, siempre dispuesto a compartir su pasión. "Si hay que preparar una merienda, se prepara", bromea. "Lo importante es que esto no se olvide".
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