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Benavente

¿Quien conduce el misterioso Ford T que recorre el Benavente antiguo a través de sus fotografías?

Redacción Lunes, 10 de Marzo de 2025 Tiempo de lectura:

Un misterioso Ford T recorre las calles de Benavente en una impresionante recreación histórica realizada por Fernando González, en la que el archivo fotográfico de Benavente cobra vida, gracias a la Inteligencia Artificial.
No te pierdas el final del vídeo si quieres saber quien conduce el misterioso coche

Fernando González nos ha vuelto a sorprender con un nuevo vídeo realizado con Inteligencia Artificial. De forma muy inteligente, Fernando ha animado una serie de fotografías antiguas de Benavente con un resultado espectacular, que merece la pena ser disfrutado.

 

El mediodía en Benavente era tranquilo hasta que el ronco rugido de un motor antiguo rompió la calma. Un Ford T, reluciente y de otro tiempo, emergió entre las ruinas del Castillo de los Pimentel. Sus ruedas apenas tocaban el empedrado cuando cruzó la Puerta de Santiago y avanzó, como guiado por una fuerza invisible, hacia los paseos de la Mota.

 

Los pocos transeúntes se detuvieron al verlo pasar. Al volante, una figura enigmática: un hombre de traje oscuro, corbata negra y cabello blanco, revuelto como si el viento lo esculpiera a su antojo. Su mirada era profunda, inquieta, como si estuviera calculando el universo mismo en cada curva del camino.

 

El Ford T giró con precisión en la Iglesia de Santa María, recorrió la calle de la Rúa y entró por la Calle de las Carnicerías hasta llegar a la Plaza Mayor y posteriormente a la Iglesia de San Juan, descendió velozmente por la Plaza del Grano. De repente, derrapó bruscamente frente al Hospital de la Piedad. El rechinar de sus ruedas quedó suspendido en el aire, como si el tiempo mismo dudara en avanzar.

 

El coche desapareció un instante en la Plaza de la Soledad, pero volvió a subir. Al detenerse frente al Hospital de la Piedad, la puerta del Ford T se abrió con un chasquido metálico.

 

El hombre bajó con serenidad. Sacó un reloj de bolsillo y observó su esfera con una leve sonrisa, como si hubiera llegado justo a tiempo. Luego, se giró hacia el cielo, murmuró algo en voz baja y dio un paso adelante.

 

En un parpadeo, su silueta se desvaneció. Solo quedó el coche, inmóvil, con una pizarra en el asiento del copiloto cubierta de fórmulas incomprensibles, ecuaciones que parecían contener el secreto del tiempo.

 

Fernando González

 

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