La población
La educación, la sanidad, la movilidad, el empleo, las infraestructuras… Nos hemos referido en anteriores entregas a esos derechos básicos de ciudadanía que se sufren más en el rural, y lo hemos hecho desde el convencimiento de que ser pocos o muchos no puede restar ni sumar calidad a los derechos. Creo que tienen razón quienes me recuerdan que, por encima de todo eso, los verdaderos mártires del rural son las personas que residen o desea instalarse en él. Resulta obvio que quienes viven en los pueblos son quienes sufren el déficit de servicios públicos y privados, y también los que han de asumir el sobrecoste de unas prestaciones sociales que se encuentran, mayoritariamente, centralizadas en los ámbitos urbanos.
Pero… ¿Qué entendemos por rural? ¿Cuál es el número de personas que viven en él? ¿Cómo se distribuye esta población en el conjunto del Estado? ¿Qué grado de discriminación soportan? ¿Es posible volver a fijar población en los pueblos?... Con la brevedad que impone una reflexión periodística trataremos de acercarnos a las respuestas. Antes, permítanme rebatir ese concepto vejatorio de “España vacía” porque no lo está, porque hay mucha vida en ella, porque tiene una cultura varias veces centenaria, porque guarda una gastronomía espléndida, fundamentadas y sabrosas tradiciones, porque el rural transfiere vida a las zonas urbanas… Cierto que lo habitan pocas personas, pero es fruto de políticas nefastas que la han llevado al despoblamiento, al abandono, a la emigración, al éxodo… nunca debemos citarla peyorativamente como la España vacía porque ni es justo, ni es verdad.
La Geografía Humana y también la Ley 45/ 2007 de Desarrollo de Sostenibilidad del Medio Rural, consideran que son población rural aquellas personas censadas en municipios de menos de treinta mil habitantes… En mi opinión, por la estructura de la población española actual, la cifra más adecuada sería la de menos de cinco mil o incluso la menos de dos mil habitantes. En las grandes áreas afectadas por la despoblación hay pocos municipios que alcancen los treinta mil habitantes fuera de las áreas periurbanas, lo que tergiversa considerablemente los datos. En realidad, esa población es mayoritariamente urbana y vive en los municipios limítrofes a las ciudades tratando de minimizar problemáticas asociadas a la vivienda, al empleo, a los servicios, a mejores infraestructuras, a centros de ocio, deportivos, comerciales…En todo caso, de acuerdo con aquellos criterios, nos acercaremos a la realidad rural de nuestro país con los datos oficiales disponibles.
Si bien a uno de enero de dos mil veinticuatro la población española escalaba hasta los 48.086.000 habitantes, tomamos el censo de 2021 (con datos tabulados de forma pormenorizada) para elaborar esta reflexión. En él se anotan 8. 132 municipios en un territorio de 504. 745 Km2, con una población censada de 47.450.795 y una densidad media de 94,0 habitantes por Km2. Sin embargo, al acercarnos a las cifras de población rural se encienden las alarmas de cualquier estudio. En los municipios de menos de treinta mil habitantes (listón entre lo rural y lo urbano) sólo viven siete millones y medio de personas, pero gestionan más de 425.000 Km2 y la densidad se sitúa en los 17,8 Hab/km2. En aquellos que tienen menos de cinco mil viven cuatro millones y medio de habitantes, gestionan 350.000 Km2 (más de dos tercios del territorio nacional) y la densidad de población cae a 12,8 Hab/km2.
No es una tendencia de población puntual que afecta sólo al pasado, los territorios rurales siguen perdiendo habitantes año tras año. Castilla y León con 857 mil personas (el 36%) censadas en municipios rurales de un total de 2.383.139, se sitúa en cabeza de este ranquin y con tres de sus provincias (Segovia, Soria y Zamora) entre las densidades media más bajas del Estado, 8,7 Hab/km2, y la inmensa mayoría de sus municipios cuentan con menos de mil habitantes. Citar también que grandes áreas de Aragón, Castilla la Mancha, Extremadura, Galicia, Castilla y León… arrastran densidades propias de zonas desérticas con dos, tres o cuatro habitantes por Km2. Además, hay muchos datos que confirman esta calamidad poblacional: El decrecimiento sostenido de la población menor de veinte años (un 35,2% más baja que en la ciudad), el descenso del número de las personas en edad de trabajar (20-64 años), tasas de ocupación en franco declive, elevados índices de masculinización, envejecimiento de las población, tasas negativas de crecimiento vegetativo… Diversos estudios de Eurostat también alertan de que España ya tiene los índices de fertilidad más bajos de toda Europa.
Con estas condiciones, que ya son estructurales, ¿cómo es posible atraer y fijar población en los pueblos? Difícil papeleta. En todo caso, los riesgos que entraña la despoblación extrema de muchas comarcas obliga a confrontar, en todos los ámbitos, la amenaza de salud física y mental de la ciudad, las contaminaciones varias, las infraviviendas, el tiempo invertido en la movilidad, las relaciones impersonales, los atascos, la carestía de la vida… y poner en valor la calidad de vida de los pueblos, la tranquilidad, el acogimiento caluroso, más espacio y menos precio, la cercanía en las relaciones humanas, el conocimiento personal, el contacto permanente con la Naturaleza… y organizarse para revertir la desidia, la negligencia o la falta de compromiso de la política con los intereses del rural. En definitiva, hacer valer el lema y los objetivos de aquella exitosa campaña de la organización INTEROVIC de “Menos postureo y más pastoreo” que protagonizaron ocho pastores.
Quizás el empeño de algunos para que los pueblos sean una alternativa a la vida en las ciudades no sea realista, pero sí lo es que estos sean un complemento en pie de igualdad de derechos y oportunidades para que las personas puedan elegir entre una u otra forma de vivir. Y no es una entelequia, hoy nadie puede discutir que la economía no depende tanto del territorio como del apoyo institucional al emprendimiento, de la construcción de viviendas también en el rural, de la imprescindible conectividad que requieren las profesiones liberales, las grandes y pequeñas empresas para que no se conviertan en efímeras, el desarrollo de la artesanía, de la orfebrería, del comercio on line…
La agricultura, la ganadería y, sobre todo, el sector servicios siguen liderando la ocupación de los pueblos, pero con eso no basta. Las sociedades del rural tienen que cerrar el círculo que demanda la satisfacción personal de sus habitantes en un entorno relativamente cercano y, como hemos venido insistiendo, son las instituciones quienes han de poner los medios primando el interés social frente al puramente economicista de la disciplina presupuestaria. De lo contrario estaremos en lo de siempre, en la acerada ironía de aquel alcalde de la provincia de Soria cuando sentenciaba: “La llegada de una familia a un pueblo, hoy es como la llegada de una multinacional a la ciudad”. //
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