Sábado, 04 de Octubre de 2025

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La sanidad

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El bienestar y la salud de la gente siempre fue motivo de preocupación para cualquier comunidad humana. En nuestro país lo era antes y lo sigue siendo ahora que nos hemos convertido en una sociedad eminentemente urbanita. Quizás aquella “sanidad” de los pueblos no guste demasiado, además, es un hecho objetivo que estamos mejor que antaño. Eso no quiere decir que se hayan hecho todas las cosas bien.

 

Los datos apuntan, con claridad, a que la ciudadanía se muestra muy enfadada con el funcionamiento de los servicios sanitarios en todas las autonomías. Es un tema recurrente, que centra casi la mitad de las quejas al defensor del pueblo y los diferentes procuradores del común. Si nos detenemos en la demoscopia específica del rural, puede afirmarse que el descontento es generalizado.

 

Los consultorios locales adolecen del “alma” y el conocimiento del paisanaje que tuvieron los antiguos médicos de familia, las comadronas, los curanderos o, más recientemente, los practicantes. Es obvio que esa huella indeleble que dejaron aquellos profesionales se ha tornado en un desempeño profesional frio e impersonal, que nada tiene que ver con los modos y los tempos que operan en el rural. Poco que objetar al personal sanitario, sin duda ha de ser el economicismo que les imponen, la inercia, las cargas de trabajo, o cómo está organizado un servicio difícil.

 

La realidad es que hoy fluye con velocidad el conocimiento, las necesidades y demandas, la exigencia de una atención respetuosa y de calidad… algo que hasta hace pocos años se matizaba mucho ante el profesional de la salud. Se conoce  perfectamente las prácticas y los servicios que se prestan en las ciudades, los costes para acceder a ellos, las facilidades en los procesos de rehabilitación que se prescribe, la cartas de especialidades que se ofrecen, la importancia de los servicios de urgencia, la atención a personas de edad avanzada, a los enfermos crónicos, a los leves, la facilidad para obtener recetas, el funcionamiento de los servicios farmacéuticos, la confluencia de los transportes públicos en las áreas sanitarias y en los hospitales de referencia, la relativa comodidad para acceder a pruebas diagnósticas, los mecanismos de coordinación entre médicos y especialistas, la disposición de las consultas externas, la implementación de las nuevas tecnologías e incluso la inteligencia artificial, la multitud de formas para acceder a esa “ventanilla única” que gestiona todo tipo de citas… En la vida del rural todo esto se complica exponencialmente para los usuarios.

 

No hay posible discusión. El trecho que separa los servicios de la sanidad rural, comarcal, en incluso de algunas pequeñas capitales de provincia con las grandes áreas urbanas es abismal. En los pueblos, la ciudadanía observa con indignación los déficit en la atención primaria, la apertura intermitente de los pequeños consultorios, la continua rotación de los médicos, la pésima atención telefónica, la ausencia de transporte sanitario e incluso público hasta los centros de referencia y/o centros hospitalarios, la ostensible incapacidad del sistema para adaptarse a número estacional de potenciales pacientes (verano, Navidad, Semana Santa, largos puentes…), las continuas dificultades para acceder al historial clínico o farmacológico de los enfermos de otros lugares, el peregrinaje del transporte sanitario para acceder a los procesos de rehabilitación, la reconocida imposibilidad para retener especialistas en medicina familiar, pediatría, geriatría, enfermería, psicología, psiquiatría, oftalmología, estomatología… los problemas a la hora de planificar consultas no presenciales, las reticencias a la hora de concertar visitas domiciliarias, las cargas personales que han de soportar los usuarios para acceder a pruebas diagnósticas tan espaciadas...

 

El pasado domingo decíamos que no somos ingenuos y que nos hacemos cargo de las dificultades que conlleva prestar algunos servicios en el rural, pero en lo que respecta a la sanidad ya llueve sobre un suelo embarrado. Los grandes déficit de la sanidad en España que, resumiendo mucho, giran en torno a las listas de espera, la deficiente carta de salud mental, la implementación de amplios programas de prevención, el déficit de médicos, personal de enfermería o el gasto sanitario en una sencilla comparativa con la UE, además de un claro desequilibrio inversor entre sanidad pública sanidad y privada (acentuado en favor de esta) desde la última pandemia. A pesar de todo ello, centrándonos en las dificultades que conlleva un poblamiento escaso y disperso, ha de insistirse en la urgencia de una apuesta decidida para establecer una discriminación positiva (de todas las administraciones competentes) en beneficio de quienes hacen su vida en el rural.

 

A estas alturas, nadie duda de que existe una relación directa entre la deficiente atención sanitaria y la población que “huye” de los pueblos y pequeñas ciudades en busca de mejores servicios. Lamentablemente, esta España que hemos vaciado entre todos tampoco es terreno de negocio para la sanidad privada, se trata pues de sanidad pública o un sálvese quien pueda.

 

Si de verdad se quiere asegurar la viabilidad, el futuro y un poblamiento equilibrado de más de dos tercios de nuestro territorio, resulta evidente que el tejido asociativo y todas las instituciones afectadas (tengan el color político que tengan) deben hablar con una sola voz en este tema. Exigir, allá donde corresponda, los recursos necesarios para que mejore este servicio, que condiciona otros muchos y compromete seriamente el desarrollo.

 

Sin duda todos los servicios son necesarios en una sociedad tan exigente y competitiva, pero una atención sanitaria ágil y acorde con el nivel de progreso de nuestro país es imprescindible para asentar población en los pueblos, y frenar o revertir unos índices de crecimiento negativo verdaderamente bochornosos, que caen sobre el rural año tras año. ///    

 

 

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