Día Martes, 04 de Noviembre de 2025
El profesor benaventano Julio de Vega Vicente ha realizado este reportaje para rendir homenaje que nunca se ha realizado a un vecino de la comarca, que en su vida dejó tras de sí un gran legado y testimonio
Hay personas que, en el camino de la vida, recordando al poeta andaluz que cantó a la Castilla ancestral, nunca persiguieron la gloria, ni quisieron dejar su obra en la memoria de los hombres, pero su forma de trabajar, de hacer, de ser útiles a los demás, han dejado una estela que perdura en el tiempo. Una de esas muchas personas
olvidadas es el vidrialés Antonio Fernández Cid, el Padre Cid.
Antonio Fernández Cid nace el 2 de diciembre de 1890 en Villaobispo de Vidriales (Zamora), hijo de Francisco y Ángela. Antonio fue el único varón de los seis hijos habidos en el matrimonio, ocupando el penúltimo lugar, la más pequeña Filomena y las hermanas mayores Matilde, María, Manuela y Teresa; a los 6 años queda huérfano al morir su madre; la figura materna, tan necesaria a esa temprana edad, fue ocupada por Benita, la nueva esposa de su padre. Su padre Francisco, aun procediendo de una familia acomodada, se había formado a sí mismo, ejercía como secretario municipal y recaudador de impuestos; era una persona muy conocida en toda comarca por su talante de paz y concordia, muchos convecinos acudían a él en busca de consejo o solución ante una desavenencia.
Su infancia en el pueblo fue la de un niño de su edad, querido y cuidado por su padre, hermanas y la que hacía las veces de madre; muchacho inquieto, vivaz, imaginativo, aplicado, trabajador, juguetón, muy hábil en el popular juego del “tanguillo”, los domingos le hacía ilusión llevar el estandarte desde la escuela a la iglesia; ocupado en corretear con su hermana Filomena por la casona labriega, ir a la escuela, jugar con los compañeros, hacer pedreas con los de Tardemezar o Bercianos, pescar en el río, montar a caballo, le gustaba pastorear y ayudar a los criados de la casa.
El pequeño Antonio, siendo escolar en el pueblo, fue testigo involuntario, junto con sus compañeros, de un trágico suceso, el asesinato de la joven maestra a manos de un tal Pedro que le asestó varias cuchilladas, para terminar, quitándose la vida tirándose a la laguna de Bercianos.
Los años fueron pasando y llegó el día de trasladarse a Astorga donde cultivar la vocación que decía tener; pronto comenzó a despuntar entre los alumnos y los profesores dejaban a su cargo ciertas responsabilidades.
Charlas y conversaciones con los redentoristas despiertan en él la curiosidad por Luis Gonzaga y Estanislao de Kostka y se siente atraído por la lectura de la vida de Santa Teresa.
Dadas las cualidades del futuro sacerdote, algún profesor le animó a presentarse a una beca, que ganó con facilidad, para ingresar en la Universidad de Comillas, en aquellos años, era el centro más prestigioso de la cultura eclesiástica española; aquí comienza a fraguarse la idea de hacerse jesuita.Superados los años de formación en Comillas, la vida de Antonio hasta el final de sus días tendrá tres etapas: sacerdote diocesano, jesuita (maestro y fundador) y cisterciense (monje y constructor).
Sacerdote diocesano (1919-1922)
Fue ordenado en 1919 por D. Antonio Senso Lázaro, obispo de Astorga, en la primera semana después de Pentecostés, venida del Espíritu Santo. Fue un día de júbilo y emoción para el joven Antonio. Su padre se propuso que la primera misa de su hijo fuera recordada por años; envió cartas de invitación a cientos de amigos,
el pueblo estaba desbordado, asistieron compañeros de Astorga y Comillas, la iglesia se quedó pequeña, el presbiterio lo ocupaban cerca de 30 curas. Se preparó un banquete para 600 invitados.
Su primer destino diocesano fue Pozuelo de Tábara, un pequeño pueblo no muy lejos de su Villaobispo natal y cercano al primer monasterio de la orden de San Bernardo en España, Moreruela, que en sus últimos años de monje del cister quiso devolverle su pasado esplendor.
Sin descuidar sus obligaciones pastorales, los años que ejerció en este pueblo tabarés, se dedicó a reforzar la enseñanza de los más jóvenes, con los que, hacía pequeñas obras de teatro, excursiones por los pueblos próximos y la iglesia se llenaba de alegría infantil por Navidades.
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Un buen día se presentó una feligresa, la mujer del comerciante y hombre de negocios Manuel Ferrero, preocupada por el tiempo que tardaba su marido en regresar de un viaje a Madrid, había recibido una carta que no había leído, lo dicho en la carta daba pistas para tirar del hilo. Manuel viajó a Madrid con una gran cantidad de dinero por consejo de un conocido llamado Nilo para hacer una fuerte inversión; una vez allí, este sujeto y su hijo, lo llevaron a un lugar abandonado y le dieron muerte para robarle.
Poco tiempo estuvo ejerciendo como párroco. El obispo, Senso Lázaro, quiso aprovechar las cualidades y preparación de aquel cura inquieto preocupado por la formación de jóvenes y niños, lo envía como preceptor al Colegio Diocesano de Puebla de Sanabria; con este destino pretende quitarle la idea de ser jesuita que insistentemente viene planteando, a la que el prelado responde con la amenaza de suspenderlo “a divinis”. La noticia fue bien recibida por su padre que quiere tener cerca a su hijo y piensa que lo de jesuita era agua pasada.
La forma y contenido de la labor educativa realizada en el colegio daba sus frutos; solicitó profesores de la corriente pedagógica del Padre Andrés Manjón; puso en práctica estudios de bachillerato a los que acudían muchachos de Puebla, los alumnos obtenían buenos resultados cuando se presentaban a los exámenes en
Zamora, de allí salieron destacados alumnos. Las tareas docentes las completaba colaborando en el apostolado con los sacerdotes de Puebla.
En tierras sanabresas descubrió la paz y belleza de su lago glacial, “el silencio de soledades” de D. Miguel de Unamuno, se sintió atraído por los restos del monasterio cisterciense de San Martín de Castañeda; desde allí entró en contacto con el cercano Portugal, conocerá ciudades del vecino país como Lisboa, Oporto,Coímbra, Braganza, Curia, Aveiro; esta experiencia le serviría años más tarde en la aventura educativa portuguesa con los alumnos de los colegios de jesuitas.
Jesuita (1922-1949)
De un día para otro esta tranquilidad se rompe, devuelve a Villaobispo equipaje y muebles que su padre le había comprado para su despacho en el colegio de Puebla, y en contra de la voluntad del obispo se encamina a Carrión de los Condes para ingresar en el noviciado de los jesuitas un 18 de febrero de 1922.
La decisión enfureció a su padre, presentándose en Carrión con la Guardia Civil para liberar a su hijo que, según él, estaba retenido contra su voluntad; después de larga charla con el maestro de novicios depuso su actitud y regresa a casa.
El ingreso en los jesuitas fue para Antonio la meta soñada desde hacía tiempo. Sus días en el claustro, a pesar de su condición sacerdotal y académica, fue la de un novicio más, pasando por las misma pruebas, experiencias y dificultades que el resto de compañeros. Se esforzó en fortalecer el espíritu, en el estudio de las reglas, predicó en fiestas y Semanas Santas, entró en contacto con la calle por medio de las misiones y vivió el dolor de los enfermos en su paso por el hospital de Palencia. Durante los meses que estuvo en Carrión, una de esas salidas que hacía a predicar, fue a Benavente invitado por el ayuntamiento asistió con motivo de las fiestas de septiembre.
Superado el tiempo de preparación sus pasos se encaminaron a la enseñanza. Fue enviado al Colegio San José de Valladolid, haciéndose cargo de los alumnos de 4º, 5º y 6º de bachiller. Parte de la idea de una formación global, hay que enseñar y educar. Piensa que el niño necesita un hogar, el cariño materno y paterno, el colegio debe ser una prolongación de la familia. Todo esto dio como resultado unos alumnos preparados que alcanzaban buenas notas en los exámenes del Instituto. El nuevo jesuita compartía los problemas de aquellos jóvenes y comenzaba a ser conocido en el ambiente estudiantil de la ciudad.
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Fue nombrado prefecto de estudios y disciplina, junto con el psicólogo Padre Antonio Encinas como director, la buena disposición de ambos trajo cambios que empezaron por el comedor, se sustituyeron las mesas corridas por otras de cuatro con manteles y vasos de cristal. Los alumnos tendrían un trato de acuerdo con su edad. Las familias recibirían periódicamente el progreso de sus hijos.
La disolución de los jesuitas en enero de 1932 les prohíbe ejercer la enseñanza, vivir en comunidad y se incautan sus propiedades. Al Padre Cid le correspondió hacer entrega del Colegio San José al Gobierno de la República. Para poder atender a los alumnos se abrieron pequeñas residencias en Valladolid, pero fueron cerradas por el gobernador civil, Cid tiene la ocurrencia de trasladarse con los alumnos al cercano Portugal, país que conocía desde sus días en Sanabria. Solicitó una entrevista con el presidente de gobierno portugués, Oliveira Salazar, y fueron bien recibidos.
Había que apresurarse pues el curso estaba avanzado; se prepararon pasaportes y equipajes, se alquilaron hoteles y desobedeciendo la orden de los superiores a Portugal se marcharon. La primera experiencia se realizó en la zona de Entre-os- ríos para los alumnos de Valladolid.
Durante el verano de 1933 se realiza una campaña para reunir el mayor número de estudiantes de todas las regiones de España que quieran continuar los estudios en Portugal con los jesuitas, a la llamada respondieron 800 muchachos, la mayoría pertenecientes a familias acomodadas.
Se alquilaron los trece hoteles más lujosos de Curia, se planificó el viaje en tren saliendo de Madrid y recogiendo a los muchachos en Valladolid, Medina del Campo y Salamanca, para cruzar la frontera en Fuentes de Oñoro, en el destino fueron recibidos por el ministro de educación portugués.
El Colegio San José de Curia comenzaba con toda normalidad, se habilitaron clases, comedores, cocina, capilla; se distribuyeron por los distintos hoteles, los de 5º y 6º en el Palace; en el Hotel Parque se instalaron los jesuitas que no tenían responsabilidad directa con los muchachos; en el Chalet de las Rosas se montó la enfermería y se dispuso una casa para los padres que acudían a visitar a sus hijos.
La tranquilidad y el encanto del lugar favorecían el estudio, los siete meses de clase en Curia eran bien aprovechados; el plan de estudios era el oficial en España, complementado con deportes, charlas, paseos en bicicleta, excursiones, juegos.
Allí descubrieron el poder formativo del movimiento Scout y aplicaron aquella práctica en la formación de jóvenes responsables y autosuficientes por medio de las actividades al aire libre.
Los alumnos realizaban los exámenes de fin de curso en los Institutos de Ciudad Rodrigo, Zamora o Peñaranda de Bracamonte, obteniendo buenos resultados. En julio de 1936 se presentaron por última vez, lo hicieron en Zamora; el verano de ese año fueron rehabilitados los jesuitas, recuperaron parte del edificio de la C/ Ruiz Hernández, realizaron las obras necesarias y en octubre de 1937 comenzaba el nuevo curso. Después de cuatro años volvían a Valladolid.
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Por esos años el Padre Cid en Valladolid se dividía entre el Colegio San José, la Residencia de Jesuitas y frecuenta la prisión visitando a los reclusos. La preocupación de aquellos hombres no es la situación en la que viven o el destino que les espera, por lo que verdaderamente sufren es por el porvenir incierto de sus hijos. El jesuita se pregunta ¿qué hacer por los muchachos?, y comienza a perfilar la idea de abrir una casa donde acogerlos.
Para poner en marcha el proyecto elegido un edificio vinculado a los jesuitas, el Centro Social Católico en la C/ Muro; se hicieron las reformas necesarias para disponer de clases; se habilitó una capilla, para la que el sacerdote y escultor Félix Granda regaló en 1940 una bella imagen de Cristo Rey; para veladas y festivales
se contaba con el Cine Hispania que estaba en el edificio. Con la colaboración de otro jesuita, el Padre Nevares, en contra de la opinión de las autoridades, abrieron una escuela a finales de noviembre de 1939 con el nombre de Escuelas de Cristo Rey. Reunió a unos 700 niños de los barrios más necesitados de Valladolid como
alumnos externos, recibían enseñanza, se les daba ropa y algo de comida. La dirección de las clases esteba en manos de un animoso y profesional maestro, Manuel Navarro Blanco. Pronto vieron que era necesario contar con un internado, se acondicionaron algunas dependencias y se acogieron a los primeros 50 niños,que fueron creciendo en número de día en día. Por aquellos años mantener un internado gratuito no era cosa fácil, se necesitaban sábanas, ropa, calzado, kilos de patatas, azúcar, leche, pan. Le autorizaron a trasladar los enseres que habían tenido en Curia a Valladolid por la frontera de Fuentes de Oñoro, esta vía también era aprovechada para el suministro de buena parte de víveres, garbanzos, alubias, harina, café.
Un jesuita de educar a “niños de papa” metido a cuidar hijos de represaliados, el proyecto no tendría mucho recorrido; los que así pensaban, se equivocaron, no conocían al padre Cid, hombre de pequeña figura, pero grande en tenacidad y voluntad.
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La casa se quedaba pequeña ante la cantidad de niños acogidos, unido a las quejas vecinales por los juegos de los muchachos en las calles, algún cristal roto practicando fútbol, los ensayos de la banda de cornetas y tambores creada por el hermano Prieto; ante esta situación, era necesario buscar un lugar amplio para el internado, talleres, y donde los muchachos disfrutaran en libertad. Tiene que ser un sitio cercano a Valladolid, con terreno suficiente donde cultivar y montar una granja para autoabastecerse en esos años de escasez. Se pretendió una finca en
Huerta del Rey, pero el propietario pedía dos millones de pesetas, en aquellos años.
Corría el mes de julio de 1941 cuando al Padre Cid le llegan noticias de una finca, “La Maruquesa”, de 14 ha., en la carretera de León, al lado del río Pisuerga, propiedad de Dª Ramona Sanz de Montero, viuda, sin descendencia; su marido, D. Federico Tejedor Molero, propietario de un almacén de paños y consejero del
Banco Castellano, había fallecido en 1933. Un amigo común, José Luis Guitian, los pone en contacto; Cid explica a la propietaria. su proyecto, la situación en la que viven, el destino de la finca, y le propone la compra; la respuesta fue un “no”, alegando que la finca había pertenecido a su marido y la conservaba en su memoria. La entrevista casi termina en enfado, el jesuita regresa desmoralizado al colegio ante el fracaso de las gestiones.
El 18 de julio, a los dos días de aquella negativa, recibe un escueto escrito de manos de una persona envida por Dª Ramona, le comunica que ha cambiado de parecer y “La Maruquesa” se la regala en memoria de su marido; solo le pide, se haga cargo de las mulas y deje con empleo al obrero que cuida la finca.
Había que trabajar con rapidez para adaptar las dependencias que había (chalet, panera y establo) y poder trasladar lo antes posible a los primeros 300 muchachos; todos arrimaron el hombro dentro de sus posibilidades, los chicos como peones acarreando arena y ladrillos o como pinches de cocina, el mismo Cid sufrió un accidente al caerse de un andamio; al principio el piso alto del chalet se destinó a dormitorios, después se construyó comedor, cocina, sala de lectura, clases y se explanó terreno para un campo de fútbol y otro de baloncesto. En un intento de autoabastecerse se montó una granja avícola, vaquería y parcelas para cultivos. Aquellas escuelas fundadas entre la incomprensión de unos y la desconfianza de otros fueron creciendo en alumnos, instalaciones y formación. En escritura pública del 5 de julio de 1943, las Escuelas Cristo Rey se constituyen como institución-benéfico docente con el fin de dar educación y el aprendizaje de un oficio a menores necesitados, principalmente huérfanos. En ese año se crea un patronato escolar ampliándose el número de secciones y haciéndose cargo de los sueldos de los maestros el Ministerio de Educación que junto con el de Trabajo concederán subvenciones para comedor escolar, ropero, talleres y colonias de verano; se crean becas para estudios de magisterio y universitarios; había secciones de mecánica, carpintería, imprenta y zapatería. Por entonces el hermano Prieto, fundador de la banda de cornetas y tambores, formará una banda de música con 43 alumnos.
Un nuevo pabellón en forma de L se construyó en 1947 destinando la planta baja a salas comunes y aulas, las superiores a dormitorios; el 8 de diciembre se inaugura una voluminosa capilla. Las secciones profesionales se ampliaron con encuadernación, ebanistería y electricidad; la especialidad de electrónica fue un regalo del presidente de Marconi España, en viaje a Valladolid el coche se averió frente a Cristo Rey y los alumnos de mecánica lo repararon. Se construyó una amplia piscina; la empresa Agroman hizo realidad una idea del padre Cid, la Casa de Ejercicios, inaugura en mayo de 1947, por la que pasaron muchas profesiones en jornadas de convivencia; más tarde sería Cristo Miralar.
La finca, regalo de Dª Ramona, se trasformó en cinco años, con la ayuda de numerosas donaciones, en un complejo educativo con pabellones para comedores, dormitorios, clases, talleres, capilla, salas comunes y de proyecciones, campos de deportes, piscina, granja avícola, vaquería y una sección de niñas con comedor,
cocina, clases, sala de corte, máquinas de coser, taller de bordados y labores, mecanografía y enseñanzas de economía doméstica. El número de alumnos en enero de 1947 era de 437 internos, 163 externos y otras tantas niñas.
Tampoco se descuidaban los meses de verano, durante esos meses los alumnos acudían a colonias escolares, en lugares como La Lanzada en Pontevedra, San Vicente de la Barquera y, a partir de 1946, Santander, donde se construyó una casa de tres plantas en una finca donada en el Paseo Menéndez y Pelayo; este edificio fue vendido por el P. Mariano Rodríguez en 1951.
Los muchachos de Cristo Rey eran invitados y participaban en cuantas fiestas y celebraciones tenían lugar en Valladolid, testigos fueron el Teatro Calderón y el Hispania de las veladas que preparaba la profesora de la Normal de Palencia, Matilde Emperador; imprescindible era la presencia de la banda de cornetas y tambores en la Semana Santa; las notas musicales de las dos formaciones creadas por el hermano Prieto traspasaron los limites locales y llegaron a lugares como la cárcel de Carabanchel y el Palacio de El Pardo.
La rutina de clases y talleres se rompía en días señalados como las Navidades, San Antonio, Cristo Rey, San José, San Juan Bosco; había menú especial para comer y actividades culturales y deportivas (teatro, cine, veladas, actuaciones de la banda, fútbol).
Numerosas fueron las donaciones y colaboraciones que hicieron posible esta fundación, nacida con la idea de recoger a los jóvenes huérfanos de la guerra y necesitados; si muchas fueron las ayudas, también hubo detractores que criticaron y pusieron en duda su labor. El padre Cid estuvo muy alerta para no caer en dos
errores: un “asilo de niños” donde dar de comer y dormir durante unos años; y un “reformatorio” cuando en algún momento llegaron niños procedentes de centros y organismos de tutela de menores.
Alguno de los que pasaron por aquellas aulas han escrito del mal genio que se gastaba el padre Cid cuando se enfadaba; nada fácil debía ser mantener el orden en aquellos tiempos difíciles y con muchachos cada uno de su casa. Ellos mismos disculpan esas salidas de tono y se quedan con la formación y cultura que recibieron para enfrentarse a la vida. Todavía hoy en día, y esto lo saben bien padres y educadores, hay momentos que equilibrar la balanza no es cosa fácil El modelo “enseñanza-aprendizaje oficio” de Cristo Rey fue ejemplo para la formación profesional española y fundación de las Universidades Laborales en el año 1955, dependientes del Ministerio de Trabajo; entre las 21 creadas estaba la de Zamora, inaugurada en 1953 como Fundación Profesional San José, en 1960 fue recalificada como la quinta Universidad Laboral. En la actualidad funciona como un I.E.S. dependiente de la Junta de Castilla y León. Un precedente de este sistema de enseñanza se dio en la ciudad belga de Marcinelle con la fundación de la “Universidad del Trabajo” en 1903 por Paul Pastur que se había formado con los jesuitas de Charleroi.
El binomio Cristo Rey-Cid se rompió en 1949, sustituyéndole como superior el padre Mariano Rodríguez. La Obra fue creciendo y adaptándose a los cambios sociales, educativos y a las necesidades laborales. Con la llegada de la FASA a Valladolid en 1951 se potencian las especialidades que demanda la factoría. Se construyeron nuevos talleres para las ramas de mecánica y automoción diseñados por el arquitecto Luis Feduchi en 1965. Con la Ley General de Educación de 1970 se sustituye la Oficialía y Maestría Industrial por FP1 y FP2, ampliándose las
ramas de Artes Gráficas, Metal, Electricidad y Electrónica; se implanta la EGB.
Durante esos años de cambio al nuevo sistema educativo tomara el nombre de Instituto Politécnico Cristo Rey. La entrada en funcionamiento de reformas educativas como la LOGSE 1990 y LOE 2006 hicieron necesario nuevos cambios para adaptarse a las nuevas leyes.
En el camino de crecimiento y progreso perdió “su denominación de origen”, -Escuela-, la “marca de agua” que la diferenciaba de los demás; pues, escuela ha sido, donde se formaron hombres y mujeres de bien para la sociedad.
Cisterciense (1949-1983).
Llega un momento que el jesuita siente en su interior la necesidad de apartars de esa entrega social y educativa, y busca un retiro del mundo para dar descanso al espíritu. En su mente bulle la necesidad de un cambio, de apartarse de aquella vida activa para encontrar la paz interior, el silencio y la penitencia. Cuando en 1949 va a poner en práctica una idea que viene meditando desde hace tiempo y que dará in giro a su vida.
El 10 de enero de 1949 solicita al Superior General de la Compañía de Jesús autorización para pasar a la Orden Cisterciense, al monasterio que la orden tiene en Cóbreces (Cantabria); en mayo de ese año el Provincial de Castilla le entrega el otorgamiento enviado desde Roma.
A orillas del mar Cantábrico, en la Abadía de Santa María de Viaceli hizo un noviciado de dos años, según las normas de los cánones, para ingresar en la nueva orden; el primero muy estricto, empezó como postulante residiendo en la hospedería vistiendo la sotana negra de jesuita. El domingo, 28 de octubre de 1951, con la asistencia de abades de otros monasterios, obispos y autoridades, al coincidir con la consagración de la iglesia, pronuncia los solemnes votos y viste la cogulla blanca de San Bernardo, el exjesuita padre Cid toma el nombre de fray José. Muchos fueron los amigos, exalumnos, compañeros y niños de “Cristo Rey” que se desplazaron desde Zamora, Salamanca y Valladolid para asistir a los actos. Fue nombrado cillerero (ecónomo) se encarga del cuidado del monasterio y sus propiedades, hacer compras, control de la recogida de la leche y venta de los
quesos que se fabrican. Más tarde ocupara el puesto de subprior.
La vida de paz, contemplación y monotonía de Viaceli dejaba tiempo para la observación, comprobando las muchas deficiencias que presentaba el monasterio. Construido en un austero estilo neogótico a principios del s. XX (1906) al aceptar el abad de Ntra. Sra. del Desierto (Francia) el legado de los hermanos Quirós para fundar en 1904 el Instituto Práctico Agrícola Quirós, atendido por los frailes. Su estructura sufrió grandes daños en los días de la guerra.
Un buen día, en el segundo año de novicio (1950), se presenta al Abad en un intento de dar solución a los desperfectos, la respuesta fue –no hay dinero para reparaciones-. Ante la falta de medios económicos, Cid toma camino de Madrid, visita un Ministerio, una Dirección General, toca en una y otra puerta de aquellos que fueron sus alumnos; con medio de uno, dos de otro y algo más, reúne el dinero necesario para acometer las obras. Con permiso del abad llevó unos obreros de Valladolid que se alojaban en la hospedería, él pasaba con los trabajadores todo el tiempo que sus obligaciones le permitían.
La Abadía de Viaceli recupera su esplendor pasado, se renueva la capilla, los claustros vuelven a lucir su estilo neogótico, se acondicionan las celdas de los monjes, la hospedería se reforma para ofrecer un buen alojamiento; hasta la fundación agropecuaria recibió los beneficios de las obras.
Estando ocupado en la tarea restauradora, es enviado por la orden a Durango (México) para ver la posibilidad de fundar un monasterio a iniciativa de una viuda acaudalada; los terrenos cedidos eran un erial, sin vegetación y agua; la idea quedó descartada. Otro de estos “viajes fundacionales” fue a Hornachulos (Córdoba), en compañía de un arquitecto visitan una finca que la marquesa de Peñaflor regalaba para un noviciado, de ese proyecto se hicieron cargo la comunidad de Dueñas, que finalmente renunció.
A comienzos de 1954 se desplaza a Valladolid para asistir al funeral del padre de un antiguo alumno del Colegio San José, allí coincide con miembros de la iglesia, política y cultura gallega que pretenden la restauración del monasterio en ruinas de Sobrado dos Monxes (A Coruña), conocedores del trabajo realizado en Cóbreces, comienza a fraguarse la idea de encargar a fray José (el Padre Cid) la misión restauradora. Con motivo del milenio de la obra (1952) se dio un intento de reconstrucción, pero el coste, estimado a la baja, por la Dirección General de Arquitectura superaba los cien millones de pesetas en aquellos años.
Santa María de Sobrado fue fundado por el conde de Présaras en el s. X (952), entregado a los cistercienses en el s. XII (1142) que enviaron una comunidad desde la Abadía de Claraval (Francia). Su mayor desarrollo arquitectónico se produce entre los s. XVI – XVII. Es una confluencia de estilos, Románico, Renacentista y Barroco, En el siglo XIX (1836), con la desamortización de Mendizábal, fue vendido, iniciándose un imparable deterioro y destrucción; a finales de ese siglo (1886) el arzobispado de Santiago acuerda con el dueño la
compra por 18.000 reales, en un intento de parar su destrucción, pero la sangría patrimonial continuaría.
Con permiso del abad de Cóbreces, Cid gira una primera visita a Sobrado, lo que encuentra es un montón de ruinas y paredes derruidas sobre las que crece la vegetación, el Claustro de los Medallones era un prado donde pastaban las vacas. Los restos monacales habían servido de cantera, capiteles, columnas, arcos y hasta sarcófagos habían sido arrancados.
Con el encargo y acuerdo entre el Arzobispado de Santiago de Compostela, como propietario, y el abad de Viaceli, por el cual el cister recibe en usufructo el Monasterio de Sobrado, los monjes procederán a la restauración. En Julio de 1954 Patrimonio Nacional autorizó la intervención, por ser Monumento Nacional.
La empresa no iba ser sencilla, también había que trabajar en otros frentes: recuperar la propiedad de la finca, llegando a un acuerdo económico; dar solución a los colonos que trabajaban las parcelas, por medio de permutas, trabajo, casas y darles tiempo para adaptarse a la nueva vida; mejorar los accesos, para ello el Ministerio de Obras Publicas construyo una carretera de 18 km. para enlazar con la de Madrid a La Coruña; instalación de teléfono en la zona, con aportaciones de ayuntamientos, diputación y monasterio; demostrar la pertenencia al monasterio de La Laguna, formada por embalsado de las aguas en la cabecera del rio Tambre
mediante un muro construido en el s. XVII por los monjes para abastecerse de agua, mover el molino y riego. Y para hacer realidad este cúmulo de proyectos hacía falta dinero, pero el Padre Cid tenía una habilidad particular para recaudar fondos para las obras. Se multiplico en hacer Viajes a Madrid, América, visitas a Diputación, ayuntamientos, tocando puertas de exalumnos, hasta de Guinea le enviaron madera para la carpintería y la sillería del presbiterio, llegaron fondos de Estados Unidos, México, Puerto Rico y otras veces donativos de personas que se acercaban de visita. En uno de esos viajes conoció a Lucrecia Boris, soprano valenciana que formaba parte de la dirección del teatro de la opera de Nueva York, cuando la cantante falleció (1960) le dejaría un importante legado, que más tarde emplearía en el Instituto Rural Familiar de Gradefes y en la “Ciudad Misionera” de La Bañeza (León).
A su llegada a Sobrado se instaló en una pensión del pueblo, pasando después a residir a una casa de alquiler y más tarde a otra acondicionada al lado del arco de entrada en compañía del hermano Benito y el hermano Pedro; después de cinco años, cuando las obras avanzaban se trasladaron a la galería del ala sur del monasterio y desde la Comunidad de Cóbreces fueron enviando más monjes para colaborar en la reconstrucción y encargarse de la granja.
Durante un año se emplearon a fondo 80 obreros para desescombrar y limpiar suelos y paredes de la vegetación enraizada. Toda pieza tallada que se encomtraba y piedra de supuesto valor era clasificada y guardada para un posterior uso, el resto era depositado por los camiones en una hondonada.
Las obras comenzaron por el sistema de administración. La primera zona intervenida fue la monumental iglesia, reponiendo la desaparecida cubierta y limpiando las piedras ennegrecidas de las paredes. Con una aportación de dos millones se hizo la hospedería con más de 50 habitaciones con vistas al huerto, ocupando parte del claustro de los medallones y de los peregrinos, en uno de sus extremos se montó una sala de convivencias.
La restauración del claustro de los medallones, sala capitular y cocina fueron las partes más complicadas de restaurar. Del claustro solo habían quedado dos medios arcos, durante dos años fueron reconstruyéndose los 56 arcos como los originales de orden dórico y jónico. Los trabajadores de la piedra (picapedreros) escaseaban en la zona y fue necesario traerlos de Verín (Orense) y Pontevedra. Para las cristaleras se tomó ejemplo del Hostal de los Reyes católicos de Santiago de Compostela y la forja de las balconadas y la verja del coro fueron obra del
artesano palentino José Luis Abril.
Llegado el momento de restaurar el claustro de peregrinos se dio un parón en los trabajos por falta de fondos; este tiempo lo dedicó a preparar los prados y la granja cuyos ingresos y los fondos llegados de América hicieron posible la terminación de este claustro. Los últimos trabajos fueron el pavimento del claustro de peregrinos y levantar una de las torres gemelas del s. XVI, cuya cúpula había sido derribada por un rayo.
Para la reconstrucción de las partes más complicadas, como los claustros, tuvo la colaboración técnica de arquitectos como Francisco Pons Sorolla, Director General de Arquitectura, o el arquitecto del Servicio de Defensa del Patrimonio, Rafael Manzano Martos. El apoyo y orientación de estos profesionales a su trabajo
autodidacta sirvieron para acallar ciertos comentarios del Ministerio de Educación que le criticaban de estar trabajando sin permiso y sin planos.
El monasterio aún estaba en obras en 1966, pero ya reunía condiciones para recibir una comunidad; al pequeño grupo de cinco que venían trabajando en Sobrado se le unirán los diez designados desde Viaceli para formar la comunidad fundacional; en la festividad de Santiago, 25 de julio, Sobrado es inaugurado y al día siguiente comienza la vida regular en el monasterio. El nuevo prior, el también exjesuita Javier Alberdi, pide a Cid que se quede pues la comunidad lo necesita en esos primeros años, y en la designación de cargos, es nombrado subprior con funciones de ecónomo, administrando durante varios años todo lo referente a las obras y comunidad.
Estamentos políticos, sociales, culturales y religiosos quisieron reconocer y agradecer el trabajo realizado por aquel monje cisterciense, y con el cenobio prácticamente reconstruido, le conceden la Encomienda de Alfonso X El Sabio, es nombrado Hijo Adoptivo de A Coruña y organizan un homenaje en su honor, pero el humilde y sencillo zamorano vidríales no es persona de blasones yhomenajes, agradece la colaboración prestada en la obra, y renuncia a todas esas distinciones hacia su persona.
En 1972, aprovechado el nombramiento de un nuevo prior, Cid, solicita al abad de Viaceli la vuelta a Cóbreces. Dieciocho años habían pasado desde su llegada a Sobrado, tenía 82 años, la obra terminada y la comunidad estaba suficientemente preparada para continuar el camino. Pero ese añorado deseo de volver a la vida contemplativa junto al Cantábrico se vio truncado; el General de la Orden, Ignacio Guillet, le pide ayuda para un monasterio de monjas que se encuentra en un estado ruinoso en la ribera del Esla, en el pueblo leones de Gradefes.
El monasterio es uno de los primeros del cister femenino en España, fundado en el s. XII por Teresa Petri, viuda de García Pérez, caballero del Rey Alfonso VII de Castilla. En un edificio de negruzco ladrillo, tapial y adobe mal viven más de treinta monjas en celdas que amenazan caerse; Lo único que se salva de esta pobreza constructiva es la iglesia del s. XII, declarada monumento nacional en 1924 y el claustro románico de arcos de medio punto. La cabecera del templo nos recuerda la del monasterio de Moreruela.
Los trabajos de recuperación de este monasterio se centraron en renovar todo el monasterio, restaurar la cubierta de la iglesia, recuperar la belleza de templo y claustro; construir un nuevo pabellón equipado con cocina, comedor, biblioteca, escritorio y celdas donde las monjas vivieran con dignidad; se estudia instalar una hospedería en un lateral del monasterio para destinarla a casa de ejercicios y cubrir la potencial demanda turística de la zona. De los fondos recibidos del legado de Lucrecia Boris, Cid, dedicó dos millones de pesetas para el Instituto Rural Familiar en un edificio con clases y dormitorios para alumnos y monitores. Por unas horas se olvida de las obras, y el 24 noviembre de 1973, a punto de cumplir 83 años, ofrece una conferencia en el Seminario Menor de Toro (Zamora) exponiendo, a un expectante auditorio, sus vivencias y obras como seminarista, sacerdote, jesuita y cisterciense
![[Img #165397]](https://interbenavente.es/upload/images/11_2022/7259_6-gradefes.jpg)
Humanizado el monasterio de Gradefes, el cisterciense curtido entre andamios y ladrillos, encamina sus pasos aguas abajo del rio Esla, a Benavente, la señorial villa de los Pimentel, cerca de su Villaobispo natal, donde las monjas bernaradas. necesitan de su ayuda.
El reto será el Monasterio del Salvador, el más antiguo de la ciudad. Fundado en s. XI (1181) por monjas procedentes de Gradefes en Santa Colomba (después de las Monjas); en 1585 la comunidad se traslada al amparo de las murallas de la Villa y años después (1590) se instalarían en el recién construido monasterio a la
sombra de la iglesia de Renueva en una zona de huertas.
Aquel edificio sobrio, sencillo, de grandes salones y altos techos había sufrido el paso del tiempo y la invasión de las termitas; la reconstrucción de los viejos muros, la renovación de cubiertas, techos y combatir la plaga de insectos iba a costar una buena millonada. Mientras el padre Cid llama a varias puertas buscando
fondos, surge la idea de vender el viejo monasterio y la huerta para construir un nuevo edificio en otro lugar; aparece un comprador para el viejo monasterio y toda la huerta, se adquiere una finca de tres hectáreas de suelo fértil próximo a la ciudad. Una empresa de Valladolid sería la encargada de la construcción; Cid supervisa las obras según proyecto y planos que siempre le acompañan, su idea era hacer compatible la vida monástica con una moderna y humanizada clausura de nuestro tiempo.
La experiencia de Sobrado la puso en práctica en Benavente, había que dotar al nuevo monasterio con los medios necesarios para su subsistencia, huerta, obrador donde elaborar la afamada repostería y otras dependencias. No faltaron ciertas diferencias con la comunidad en cuanto al equipamiento de las celdas y colocar
rejas en las ventanas.
Para presidir el altar mayor de la iglesia encargó a su amigo y paisano, Hipólito Pérez Calvo, escultor y director del Museo Provincial de Zamora, la talla de un crucificado que nos recuerda los cristos castellanos del s. XVII.
![[Img #165399]](https://interbenavente.es/upload/images/11_2022/7901_8-cristo-hipolito-calvo.jpg)
Después de dos años de obras, en noviembre de 1976 (Cid tiene 85 años), las monjas quedan atrás las viejas paredes que habían sido testigo de buena parte de la historia de la ciudad, para trasladarse al edificio que acogerá una comunidad con más de ocho siglos de existencia.
Otras casas y comunidades cistercienses fueron objeto de atención del monje constructor, entre ellas las de San Miguel de Dueñas (León), Ferreira del Pontón (Lugo), Villarrobledo (Albacete), Talavera de la Reina (Toledo), Carrizo de la Ribera (León).
Instaladas las monjas bernardas de Benavente en la nueva clausura, el padre Cid, con autorización del Abad de Cóbreces, acude a La Bañeza (León) para dejar huella en la “Ciudad Misionera” obra social de D. Ángel Riesco Carbajo.
Ángel Riesco nació en Bercianos de Vidríales (1902), en sus tiempos de infancia y juventud quiso seguir los pasos de su primo Antonio Fernández Cid (doce años mayor y al que admiraba) e ingreso en el Seminario de Astorga; sus primeros años como sacerdote fueron en la Parroquia del Salvador de La Bañeza (León), allí fundó el Instituto Secular Misioneras Apostólicas de la Caridad en 1957, destinado a personas pobres, enfermas y sin recursos; fue Vicario General de la Diócesis de Astorga, Obispo Auxiliar de Oviedo y Obispo de Tudela.
Estando Cid en Sobrado, fue visitado varias veces por su pariente para pedir su ayuda, cuando Ángel Riesco muere (1972) (69 años), se traslada a La Bañeza para colaborar en la obra social. Obra suya fueron dos modernos edificios equipados con comedores, capilla, salas de recreo, gimnasio, talleres, dormitorios y todo lo
necesario para residencia de niños y niñas sin recursos y acoger ancianos. En el patio central, mirando a la carretera, levantó un monumento al Sagrado Corazón de Jesús que es visible kilómetros antes de llegar a La Bañeza por la antigua carretera Madrid-Coruña.
Para recaudar los dineros necesarios para este proyecto, fuera del cister y último que realizó, a sus 86 años, emprende vuelo a Estados Unidos para pedir ayuda por medio de las personar que allí conocía, otra parte de los fondos salieron del legado de Lucrecia Boris, era voluntad de la benefactora que se emplearan en obras para
infancia y juventud.
El tiempo se hizo corto para el padre Antonio Fernández Cid, la dedicación a las obras de Benavente y La Bañeza truncaron su “sueño dorado”, la restauración del primer monasterio del Cister en la península Ibérica, Moreruela, obra de los monjes cistercienses venidos a España en 1131 a petición del rey Alfonso VII de León.
“¡Qué inmensa melancolía la de aquella nave tupida hoy de escombros sobre que brota la verde maleza!”. Visita de Miguel de Unamuno a Moreruela en 1911.
El padre Cid era conocedor del estado ruinoso y entorno del monasterio, pues su primer destino como sacerdote fue en el cercano pueblo de Pozuelo de Tabara. Después de una visita de su paisano Hipólito Pérez Calvo a Gradeces surge el rumor de reconstruir Moreruela; en periódicos de Zamora y Valladolid aparece la noticia de la posible reconstrucción del monasterio por parte de los monjes del Cister y el intento lo realizaría el zamorano de Villaobispo, padre Cid.
Esa ilusión ha tenido eco en personas influyentes y estamentos públicos harán una inversión inicial. Las ruinas se encontraban en una finca particular, el primer intento de Cid fue hacerse con la propiedad, en principio 25 millones y después 30; encontró un comprador en La Coruña que cedería el ruinoso monasterio junto con unas hectáreas alrededor; se levantaría un nuevo pabellón para monasterio de monjas, pues el expolio de las piedras hacía inviable la recuperación del antiguo, a la iglesia se le devolvería su esplendor pasado y todo ello se completaría con una hospedería.
Personas con las que trataba en sus años en Benavente, le preguntaban cómo realizaría aquella costosa obra, el respondía que el dinero era importante y necesario, pero lo verdaderamente importante era contar con una comunidad y eso ya lo tenía.
Aquel sueño, aquella ilusión de zamorano vidríales, se marchitó; el tiempo de Antonio Fernández Cid, sacerdote diocesano, jesuita y monje del cister, se hizo corto, en la tarde del 5 de marzo de 1983 a los 92 años fallecía a orillas del Cantábrico, en Cóbreces, en el monasterio de Santa María Viaceli al que había llego un jesuita que quería apartarse de la vida social y educativa para encontrar la paz interior y el silencio de la celda en el cenobio.
“De la vida no quiero mucho.
Quiero apenas saber
que intenté todo lo que quise”
(Pablo Neruda)





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