Crónica de una mañana de caza menor en Camarzana de Tera en la apertura de la temporada

 

 

Después de una noche fría, el rocío en forma de escarcha se acumulaba en los hierbajos de las sombras de las encinas poniendo un color blanquecino a esta primera mañana de caza en este pueblo de la ribera del Tera. 

 

Desde el atardecer y durante toda la noche los perros de los treinta cazadores que forman parte del coto se encargaron de poner el paisaje sonoro en todo el pueblo como “aberruntando” la fiesta que se aproximaba. La verdad es que los perros tienen un instinto especial para detectar estos cambios, suponemos que fruto de la observación de sus amos que en las vísperas se afanan por darles los mejores manjares para resistir las primeras correrías a la vez que desempolvan y engrasan las escopetas . Esos comportamientos espolean su instinto cazador dormido desde el pasado mes de enero que terminó el periodo de caza, casi nada.

 

 

 

Después de ascender el Castro de Camarzana, no sin antes observar los campos helados de la Vega y las pequeñas  brumas matutinas en las faldas de las estribaciones de la Sierra de la Culebra, me encontré de bruces con Aurelio y Blas, mi tocayo, quienes con la escopeta al hombro iniciaban su andadura dominical en busca de las primeras piezas de la temporada. Los ladridos de Luca, Asensio o Isco eran incesantes y deambulaban como locos entre las zarzas y majuelos intentando sacar algún conejo para sus amos, que no perdían ojo de las correrías de los sabuesos. Fue Asensio quien inauguró el primer *canto de la temporada y Blas el primero también en efectuar el primer disparo certero sobre un conejo que Asensio se encargó de llevar en la boca a su amo.

 

La mañana de caza sólo había comenzado y nuestros pasos se encaminaron a las viñas donde aún pudimos probar algunos racimos de uvas abandonadas en las cepas por falta de venta, estamos en la España vaciada, una pena. Pero lo nuestro esta mañana era la caza y los pequeños perrillos con nombres de madridistas no se cansaban de olfatear una por una las cepas, aún con hojas, intentando sacar alguna pieza. Pero la falta de “cantos “, tal y como me comentaban Aurelio y Blas, denotaban que no había nada que levantar. 

 

De las viñas pasamos al monte donde escasean los claros, pero los perros sí que cantaban y fruto de ello fue el arranque de un conejo que Aurelio recibió con un tiro, “ese se ha salvado “ estas palabras de Aurelio seguidas del incesante ladrido de los perros eran un  signo inequívoco de que esta pieza iba a seguir viviendo.

 

 

 

Y entre carreras, ladridos y charlas con otros cazadores, que también deambulaban entre las jaras, tomillos ,encinas y cepas, se iba pasando la mañana comentando anécdotas, como la relatada por Blas que vio como hace unos años los perdigones rebotados del disparo a un tronco seco le habían perforado la zamarra y traspasado la piel sin apenas producirle heridas significantes, “gajes del oficio “ dijo sin más.

 

En esta caminata incesante por los llanos y laderas del monte de Camarzana pudimos averiguar por boca de nuestros amigos Blas y sobre todo Aurelio,  que fue durante diez años presidente del coto, que el número de socios del coto es de treinta, de los cuales la mitad están domiciliados en el pueblo y el resto son residentes fuera pero que todos los fines de semana acuden a la cita cinegética animando la vida social y económica del pueblo.

 

Unas huellas de barro en una carrasca, fruto del rebozado del jabalí, me animó a preguntar a mis dos acompañantes sobre la caza mayor que me comentaron que la tenían alquilada a tres personas ajenas al pueblo y que con ello sufragaban los múltiples gastos del coto. En estas estábamos cuando despertó mi curiosidad un montón de tierra mezclada con ramas de encinas, “eso son májanos “ se adelantó a chivarme Blas a lo que Aurelio añadió que gracias a la construcción de estos refugios para conejos la población de este roedor, que durante mucho tiempo escaseó en Camarzana,  había aumentado .

 

 

 

Y poco a poco terminamos de nuevo donde comenzó mi andanza de caza, en el Castro. Momento en que nos separamos deseando volver a revivir otro día esta nueva experiencia de caza que no había experimentado desde hacía cincuenta años cuando yo, con diez, acompañaba entusiasmado a mi tío Antonio que en aquella época formaba parte de ese grupo privilegiado de no más de cuatro personas que disponían de una escopeta en Camarzana.

 

Esta experiencia no quita ni pone nada a mi lucha por integrar el medio de vida rural y el respeto a los recursos ambientales. Personalmente disfruto de los animales observándolos y fotografiándoles en el medio natural pero hoy también he comprobado como Aurelio y Blas disfrutan y respetan el medio natural emocionándose con la vista de un conejo, con las correrías de sus perros o el disfrute de una mañana soleada entre olores de jara y tomillo y hasta se alegran cuando un conejillo logra burlar a sus perros y a los perdigones porque saben que tienen una nueva oportunidad de observarle y poderle ganar la partida en otra jornada de caza.

 

El mundo rural está vivo y tiene vida sólo hay que descubrirla y disfrutarla .

 

Blas de Paz Martínez (La caza también forma parte del mundo rural)

 

*canto: ladrido especial lastimero del perro cazador cuando levanta una pieza