Viernes, 26 de Septiembre de 2025

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Ignacio Morán, escritor

Las artes adivinatorias

Madrid, Cataluña, el futuro de Ciudadanos, el 70% de vacunados en el verano, la valoración de los líderes políticos, la monarquía… Dicen que conocer la historia es de gran utilidad para no caer en los mismos errores, pero la capacidad de adivinar el futuro fue siempre un arma poderosa aunque esa pretensión no fuese fácil ni siquiera pacífica.

 

La estrecha relación entre los gobernantes y la búsqueda de futuribles es una constante histórica: Los astrólogos en Mesopotamia, los oráculos y sus santuarios en Grecia, los augures romanos, la observación del cielo, los fenómenos atmosféricos, el comportamiento de las plantas y animales, el análisis de las vísceras, los ojos del aceite, la tirada de piedras, habas o  huesos, la constitución anatómica de las personas, el reflejo de espejos, los pliegues de la piel, las cartas, los péndulos… Casi cualquier cosa le servía a las artes adivinatorias. El mismísimo Aristóteles dedica uno de sus estudios, a dilucidar si el estornudo es un signo de buen o mal presagio para tomar decisiones y saber si estas serán  fastas o nefastas.

 

También es legendario el poder de predicción de las ranas en relación con el tiempo, las enfermedades, los embarazos… una capacidad de los batracios seguida hasta nuestros días y en muchos lugares del planeta. Es de justicia anotar también que algunos roedores, peces, reptiles, pulpos o sanguijuelas muestran también potencialidades adivinatorias.

 

En todas las organizaciones políticas se cotizan hoy día al alza las artes adivinatorias de las empresas demoscópicas, pero los mensajes de “buen tiempo” se publicitan convenientemente mientras que la advertencia de “catástrofes” se guarda en caja de siete llaves. A nadie le extraña que se contraten “expertos” que certifique un futuro electoral próspero, pero se demoniza sin rubor a quienes en la otra orilla llegan a conclusiones menos halagüeñas. Quizás ni unos ni otros sean capaces, con su flamante estadística, de procesar los efluvios que liberan los cambios de humor de la ciudadanía o no tanto como lo eran aquellas viejas artes adivinatorias.

 

Tal vez no sea descabellado poner a disposición de los partidos políticos un surtido de ranas, pulpos, reptiles (sanguijuelas sería arriesgado) en lugar de ese ejercito de pretenciosos “científicos” que viven de elaboran estudios demoscópicos ah hoc. Aunque, visto lo visto, lo mejor sería que gobierno y oposición de todas las instituciones del Estado se pusieran de verdad a trabajar sin amiguismos ni corrupciones de toda laya y que, llegado el día,  los ciudadanos digan lo que tengan que decir. ///

 

 

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