Domingo, 21 de Septiembre de 2025

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Ignacio Morán, escritor

¿Cuánto peor mejor?

Es una norma no escrita que la oposición ponga al sol de la opinión pública los errores o la inacción del gobierno, en definitiva, que magnifique las deficiencias de su gestión y dé por amortizados sus aciertos. Y la democracia española (que la hay) no es una excepción en este proceder; pero en esta rueda cainita en la que estamos apenas hay cabida para la reflexión, y mucho menos para un elemental ejercicio de crítica sin convertirse en objetivo a batir de unos y otros. Un redivivo del trágico destino de tirios y troyanos que pagaron, en diferido, romanos y cartagineses.

 

Vivimos días de tremenda convulsión política en el conjunto de España, y también en Castilla y León. Dicen que la moción de censura planteada en Murcia fue el detonante, pero es obvio que la carga ya estaba colocada. Los partidos políticos, aunque perfectibles, son el único instrumento real para la articulación efectiva de esta democracia, pero se deslegitiman y dejan de tener sentido cuando retuercen o violentan las normas establecidas en su propio beneficio. Y hace tiempo que tomaron un atajo por el que se ha perdido aquella labor fiscalizadora o propositiva, para dar paso a otra dinámica suicida de cuanto peor mejor cuyo objetivo principal ya no es la mejora social sino derrocar al contrario.

 

La composición poética que pensaron para Murcia y ha entregado a la ultraderecha la educación y la cultura de esa Comunidad, que anda en fase de redacción en la Comunidad de Madrid, que mañana recibirá a las musas en Valladolid para, finalmente, llevar inestabilidad a las diputaciones, cabildos y ayuntamientos de toda la geografía nacional, aunque no conviene dar por cerrado el espíritu creativo de los ideólogos políticos porque aún nos queda conocer el estrambote.

 

La sociedad nunca se merece el espectáculo de chalaneo que está dando la “clase” política, pero ahora menos que nunca. Ha sufrido con resignación el duro castigo de la pandemia, el quebranto de servicios básicos, las restricciones a la movilidad y el contacto social, la desvergüenza de ver saltarse la fila en la vacunación… para ver cómo se posponen los intereses que debieran ser nucleares. Los pactos, las censuras, el debate, la crítica, la denuncia… están plenamente justificadas en nuestro ordenamiento jurídico, pero no otros procederes deleznables que estamos normalizando. La política de tierra quemada no puede ser el punto de partida de nada, ni de nadie.

 

Apelamos a leer la historia propia y la ajena para no frivolizar con las ideas de libertad, de fascismo, liberalismo, socialismo, comunismo… en un ejercicio absolutamente torticero. Quizás sea  preciso empatizar, aún más, con aquellos pensamientos de Teresa de Calcuta en los que llamaba a ejercer la comunicación como primera necesidad de las personas, a que el rencor siempre es el sentimiento más ruin y, desde luego, a interiorizar que el mayor error es abandonarnos a la derrota y el desaliento. ///

 

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