La dependencia: otra crisis que llega para quedarse
Hoy se cumple un año de un Consejo de Ministros interminable, comparecencia del Presidente del Gobierno incluida, en la que se nos comunicaba que el gobierno del Estado había decretado el confinamiento obligatorio de la ciudadanía en sus domicilios, las medidas de acompañamiento y las excepciones previstas. Para la población supuso un shock impensable en democracia: extrañaba ver a la gente con mascarillas, el miedo al futuro en la mirada, las fuerzas del orden público y el ejército patrullando por las calles… Hoy hemos normalizado algunas de aquellas cosas, pero el sobresalto y muchas de las causas que motivaron aquella decisión siguen muy presentes en la vida cotidiana.
Hace unos meses (28-11-2020) publicaba, en este mismo medio, una columna con el título La pobreza: una realidad que nos humilla, pero la carpeta de información relacionada ha engordado tanto que me obliga a una segunda reflexión. En aquel momento decía que “La sociedad y los distintos gobiernos, tenían que reaccionar con rapidez ante una situación que no podía ser un asunto de la exclusiva incumbencia de onegés u organismos oficiales, más o menos periféricos. Estamos –seguía diciendo- a las puertas de una fractura social de profundidad desconocida que sigue ensanchado los indicadores tradicionales de pobreza y, además, viene envuelta en la certidumbre de que continuará avanzando”. Lamentablemente, poco o nada se ha hecho desde entonces que la vida de millones de personas se adentrase en esa situación.
Un estudio conjunto de la Universidad de Oxford con la Complutense de Madrid, indica que en Europa aumentará el número de pobres entre el 2,5 y el 4% y que en España lo hará entre el 5 y el 12%. El centro de análisis FUNCAS afirma que más de nueve millones de personas ya están ya en situación de pobreza en nuestro país, el propio CIS certifica que doscientos cincuenta mil jóvenes ya emancipados han tenido que volver a casa de sus padres este año… Hay otros muchos indicadores que nos acercan a un punto de difícil retorno pero, además, son datos se ven plenamente corroborados por los informes que reportan Cáritas, Cruz Roja o la propia Federación de Bancos de Alimentos que constatan el aumento de su nivel asistencial entre un 40 y un 60%. Y otro apunte: la edad de las personas demandantes de ayuda alimentaria se adelanta en más de veinte años o, en palabras irónicas de don Fernando Onega: “la pobreza en España se va rejuveneciendo”.
En estos días un informe periodístico nos recordaba que el virus se estaba cebando en los barrios pobres de Madrid y Barcelona, una realidad que bien pudiera extrapolarse a cualquier población española. Detrás de esa eficiencia contagiosa se esconden todo tipo de carencias sociales, y la constatación de que las restricciones aplicadas entraron en la economía sumergida con la fuerza de un elefante en una cacharrería dejando a esa población al borde mismo de la indigencia.
En aquella conferencia de prensa presidencial, y en muchas otras posteriores, se dijo que este gobierno no iba a dejar a nadie atrás, pero es un hecho que la epidemia nos llevará a cotas de vulnerabilidad y dependencia social nunca vistas. Puede que estemos en mejores condiciones que en otras crisis, pero las comparaciones con las padecidas en los años 30, 70, 90, o más recientemente la del año 2008 no se han hecho esperar.
La sensibilidad de los gobernantes es importante, pero la realidad social es muy tozuda: Crecen exponencialmente el número de hogares en los que no se ingresa nada, aumentan las ejecuciones hipotecarias, el ochenta por ciento de los asalariados verán reducidas sus rentas, el paro juvenil alcanza en España cotas de verdadero escándalo, el ingreso mínimo vital no logra abrirse paso y apenas llega al 20% de los hogares previstos… Mientras tanto, arrecian las críticas sobre la gestión sanitaria en las autonomías y en el Estado, se intensifican los problemas estructurales de siempre, la actividad económica se contraerá el doble de lo previsto, en definitiva que el paisaje se pinta de gris y todos los cantos destilan pesimismo. Con este panorama no han tardado en saltar las alarmas de todos los indicadores sociales.
Es obvio, las rutinas de la población han dado un vuelco en pocos meses, y en ese caos se asienta el jaque mate que el coronavirus ha dado a los sueños de nuestra sociedad. Se propone un mayor compromiso en el reparto de los recursos, una “revolución verde”, la recentralización de competencias, reorganizar los grandes pilares del sistema financiero, otra ética... Lo cierto y verdad es que hoy todo se percibe como el fantasma que vuelve a visitarnos, esta vez con una capa más negra y amenazadora.
En mi opinión, y sólo con el ánimo de ser proactivo, si no se alcanzan pronto amplios acuerdos transversales en el ámbito político, económico, social… No habrá fondos europeos suficientes que nos permitan capear una marejada, tan imprevisible, que traerá inestabilidad a las aguas en las que se anclan todos los barcos de nuestra sociedad. Y eso, claro está, inquieta mucho. ///
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