Martes, 23 de Septiembre de 2025

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Ignacio Morán, escritor

Se extienden los efectos de la tormenta

En la crisis de 2008, a decir del gurú de economía N. Roubini, Grecia hizo de pájaro en la bajada a los bajos fondos de la mina y murió asfixiado por el grisú. Después tocó retroceder a todos y a toda prisa, pero el golpe al estado del bienestar (a quienes aún teníamos algo de eso) ya estaba dado.

 

Con la Covid19 no hubo pájaro predictor, ni se repitieron los patrones neoliberales de austeridad a ultranza, pero la pandemia es otra cosa. Ya sabemos que en febrero del pasado año se extendió por todo el mundo este coronavirus que trajo el caos a los mercados, a las relaciones laborales, al sistema financiero, a los sistemas de salud, a las prestaciones sociales, a la integridad física y mental de nuestros mayores, a la movilidad de las personas… y cualquier avance o renovación sustancial, en cualquier orden, tendría que esperar a mejor ocasión.

 

Conocimos en directo las tensiones y los insultos desde el núcleo duro de la zona euro con Holanda a la cabeza, el enfado de Italia, España y Portugal, la postura dubitativa de Francia, Alemania o el FMI ante “un porvenir tenebroso”. Al final se impuso la decisión de que la UE tirase de tarjeta de crédito para garantizar solidariamente la liquidez y la solvencia del viejo continente, pero nadie sabe del plazo de esa garantía, ni siguiera hasta cuando seguirá sincronizada una vez vaya escampando la tormenta.

 

El gobierno de España con el sistema de salud prácticamente transferido a las Comunidades Autónomas y, en muchos casos, en vías de ser parcialmente desmantelado por la externalización o la privatización de múltiples servicios, fue atropellado por la evidencia de cientos de miles de infectados, la afluencia masiva de enfermos a los centros hospitalarios, el nivel de ocupación de las UCIS y, desde luego, por la inasumible cifra de fallecidos. Como en otros muchos países, se trató de hacer frente a unas recomendaciones y las contrarias: Se decretaron recortes en derechos, se toleraron desescaladas suicidas, se dispusieron medidas paliativas en los mercados de trabajo, subvenciones orientadas a paliar el imparable quebranto social… y siempre mirando de reojo el galopante déficit que llevaría, indefectiblemente, a una economía más o menos tutelada.

 

Así hemos llegado hasta aquí, surfeando las olas con mayor o menor pericia. En el aire ha quedado la intención de afrontar una reforma fiscal de calado para las rentas más altas, la reforma laboral, la de vivienda, el avance en derechos fundamentales siempre postergados, los beneficios de la banca, las eléctricas o la bolsa, la armonización internacional de la fiscalidad de los grandes consorcios empresariales… Y ahora que vamos viendo el final del túnel con el proceso de vacunación aparece, otra vez, la saludable indignación ciudadana. Esta reacción de rechazo trae hechuras de un cóctel de enfados que nos dejarán sorpresas: el propio Fondo Monetario Internacional advertía esta misma semana de una previsible oleada de estallidos sociales.

 

Pasado el desconcierto inicial, la gente empieza a tomar conciencia de que la salida traerá graves desperfectos al traje de derechos con el que nos vestíamos. Los primeros efectos ya han hecho su aparición en las calles y plazas de nuestras ciudades con la mecha más cercana que se tenía a mano. Estamos en lo de siempre, que en economía nada sale gratis. Ya sabemos que la covid19 le ha generado al Estado, al menos, un déficit extra de doscientos mil millones (20% del PIB) y a las empresas una deuda de veinte mil, además, ahora que los efectos de esta tormenta alcanzan la arena de nuestra playa vemos con vergüenza e indignación que el pago de esa factura no será justo ni equitativo.

 

Los hidalgos del fanatismo llamarán a una estrategia de cuanto peor mejor, incluso habrá quienes abanderen la solución más deplorable de todas que siempre es la violencia y el atropello a los bienes y las personas. Sólo falta para cuadrar el círculo, y hay quien dice que llegará, que se escuchen las tonadas populistas apelando a lo de siempre y a pretendidas soberanías políticas y económicas. Estarán en su derecho, pero será el derecho de los necios. Así de sencillo y así de crudo. ///

 

 

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