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Ignacio Morán, escritor

Inocentes de la pandemia

Ignacio Morán, escritor Sábado, 26 de Diciembre de 2020 Tiempo de lectura:

Si hace un año alguien hubiese insinuado lo que nos traía el 2020 lo hubiésemos tomado como una escandalosa inocentada; pero no, se diga lo que se diga ahora, ninguno de los augures neoliberales advirtió de la quiebra de millones de empresas de todos los sectores, nadie apuntó el caos que hemos visto en el ejercicio de las libertades, de la sanidad, de la economía… Y si alguno hubiese verbalizado algo parecido lo habríamos tenido por un loco de atar.

 

¿Quién podía imaginar que los adalides de la ortodoxia económica, transigirían para que la UE se endeudase solidariamente en un billón de euros? ¿Que una pandemia, en pleno siglo XXI, mataría  a quinientas mil personas en Europa? ¿Qué todos los países del primer mundo temblarían ante el posible colapso de sus economías, de los servicios sociales  o de los sistemas de salud? ¿Que el gobierno de España se vería obligado a diseñar, con urgencia, nuevas medidas de protección social para evitar mayores desastres? ¿Que nos confinaría en nuestras casas, pueblos o ciudades durante meses? ¿Que decretaría un prolongado toque de queda en tiempos de paz? ¿Que las autoridades cerrarían bares, cines, restaurantes, salas de fiesta, parques…? Algo verdaderamente inimaginable, salvo para esos “capitanes a posteriori” que diría don Salvador Illa.

 

Mañana es el Día de los Inocentes, una tradición muy extendida que viene de antiguo: La matanza de miles de niños al dictado de Herodes, aunque parece nunca pudo existir porque el pueblo de Belén contaba apenas con 800 habitantes y no nacerían más allá de veinticinco o treinta niños al año. La broma macabra que el emperador Agripa II gastó a sus gobernadores y altos dignatarios en su fiesta de 30 cumpleaños (SIC) “En plena celebración les fue dictando, uno a uno, penas de muerte, torturas, cárceles, destierros, ultrajes de sus mujeres … por supuestos crímenes y deslealtades, para luego, ya presos del pánico, declararlos a todos inocentes”. La leyenda de Moisés y su cesta en río Nilo, los infanticidios de la India, el Día de la Mentira en Brasil, en Italia, en Francia, el Pez en Centroeuropa... Desgraciadamente la Covid19 no es una inocentada, es una catástrofe humanitaria de magnitudes históricas que no ha tocado fondo, ni puede preverse cuando lo hará.

 

Los mayores inocentes de este drama son los setenta mil u ochenta mil fallecidos por Covid19 y sus familias, pero también la población infectada, nuestros mayores, las personas más vulnerables, los enfermos crónicos, el ejercicio de las libertades, la socialización de los niños y la formación de los jóvenes, los grandes y pequeños empresarios, los autónomos, quienes perdieron su medio de vida… en definitiva, el conjunto de la población. Nos dicen que el proceso de la vacunación supone el principio del fin, pero lo único cierto es que la sociedad necesita un respiro y grandes dosis de esperanza para seguir creyendo en un futuro que se ve turbio.

 

La pandemia dejará para la historia millones de muertos, y en España se acercará mucho a los cien mil; los otros costes y daños colaterales serán cuantiosísimos, pero habrá que dejarlos para mejor estudio. Mientras tanto, es preciso seguir firmes en las responsabilidades individuales, en la solidaridad, en el compromiso social y, desde luego, en el convencimiento de que la ciencia y la abnegación de nuestros sanitarios encontrarán la salida que nos permita dejar atrás esta época gris que estamos viviendo. La resignación personal o colectiva no puede ni debe ser una opción, porque doblegarse es iniciar nuestra propia decadencia. //

 

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