Esa crisis que no cesa
Miguel Hernández nos dejó esta idea transversal en su vibrante poemario “El rayo que no cesa” (1936). Ahora con esta crisis global que sostiene la covid19 como “un carnívoro cuchillo/ de ala dulce y homicida…” vemos tambalearse la economía desde sus cimientos más profundos hasta el más superficial de los pilares de eso que llamamos estado del bienestar: Y en estas, todos buscamos afanosamente seguridades y certezas, dos objetivos que nadie nos puede asegurar.
Desde que la Organización Mundial de la Salud declaró al virus como pandemia (11-03-20) nada volverá a ser igual. A esta declaración del alto organismo, le ha seguido un “jaque mate” en toda regla al modo de vida de occidente que no afectará sólo a la salud o la economía, aunque podamos contar ya decenas de millones de infectados, medio millón muertos, o una devastación de los sistemas de producción difícilmente cuantificable. Este estremecimiento general nos pone , desde luego, frente a otros dilemas no menos urgentes que deberemos resolver como sociedad.
La solidaridad con los más vulnerables, la educación y sus múltiples posibilidades de organización, proveerse de un buen sistema salud comunitario, la previsión y el ahorro… Son cosas que han dejado de ser esnobismos trasnochados para convertirse en piedras angulares que condicionarán la vida de cualquier sociedad.
No podemos decir que el mal llamado tercer mundo esté en crisis porque no ha conocido otra cosa, pero sería muy lamentable que este crack económico haga descarrilar incluso las expectativas más pesimistas de la ayuda al desarrollo y arruine el exiguo presupuesto de las organizaciones internacionales para erradicar la ignominia del hambre en el mundo. Aún no hay datos fiables, pero todo indica que tanto la ayuda al desarrollo como los programas específicos caerán de manera drástica con la excusa de reflotar los sistemas propios de producción y de protección social.
Resulta obvio que la crisis sanitaria y económica devendrá, veremos el calado, en una reorganización social, ética y moral de las sociedades. El modelo neoliberal (en palabras de monseñor Casaldáliga “la gran blasfemia de nuestro tiempo”), no ha sido capaz de asumir con éxito el impacto de este virus y ha dejado al descubierto el espejismo de que con el consumo aumentaría la riqueza y desaparecerían las desigualdades. En todo caso, parece claro que se acabó aquel mantra de que hay que sacar la política de la economía.
Hace unos días, un viejo conocido me hacía notar que la complicada situación que vivimos le había enseñado, fundamentalmente, dos cosas. Una, lo vulnerables que somos como personas y como sociedad, y otra la mezquindad de la clase política. Totalmente de acuerdo amigo Jesús. Cada vez se hace más evidente que la salida, en el medio y largo plazo, habrá de buscarse en una nueva filosofía que presida la gestión de las instituciones locales, nacionales e internacionales; en alumbrar modelos económicos y de relación laboral ampliamente compartidos por los agentes sociales; en un concepto diferente de acercarnos a la Naturaleza… En definitiva en socializar un nuevo pensamiento que caracterice el humanismo del siglo XXI. ///
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