Día Martes, 28 de Octubre de 2025
Ya está en las librerías benaventanas este último trabajo, que está teniendo una muy buena acogida entre los aficionados a la poesía y los muchos seguidores en la comarca de este zamorano
![[Img #129819]](https://interbenavente.es/upload/images/05_2020/6084_2020-05-07_13-57-39_127-2.jpg)
Ezequías Blanco, ahora jubilado, ejerció como catedrático de Lengua y Literatura en diversos institutos. Durante 30 años dirigió la prestigiosa revista literaria Cuadernos del matemático y lleva 10 años siendo Brand ambassador de la plataforma Cultura Inquieta.
Destaca el autor por sus libros de poesía, Limitación del vuelo; Palabras de la sibila; En medio del desierto; Archivo de imágenes-Imágenes de archivo; Objetos del amor lejano; Los caprichos de Ceres; Una ceja de asombro; La realidad desentendida (Antología 1978-2012), Bare nostrum (con fotografías de Evaristo Delgado) y Tierra de luz blanda.
El autor de Paladinos del Valle ha publicado también tres libros de relatos, Memorias del abuelo de un punk, Tienes una cabeza apuntando a tu pistola y Solo hay una clase de monos que estornudan, dos novelas: Tres muñecos de vudú, Islandia, 2004 y dos ediciones críticas: una de Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi y otra de Diálogos de amor de León Hebreo.
Sobre este último libro de poesía, titulado “Tierra de luz blanda”, publicamos a continuación una reseña inédita escrita por el crítico y poeta almeriense José Antonio Sáez.
LA EXPERIENCIA DEL DOLOR
Ezequías Blanco: Tierra de Luz Blanda, Prólogo de Enrique Gracia Trinidad, Madrid, Antonio Benicio Huerga, Editor (Col. Los Libros del Mississippi, 11), 2020.
En ocasiones, el devenir existencial suele llevarnos a todos ante una situación que pone a prueba nuestra capacidad de superación de obstáculos que, en apariencia, nos parecían difícilmente superables. Una de esas situaciones que nos sitúan casi en esos, para muchos, inexplorados límites; bien pudiera estar vinculada a la salud y nos ubica en un hospital, afrontando la experiencia de una operación quirúrgica difícil de asumir. La enfermedad o el dolor nos adentran en un territorio abisal donde el miedo y los temores suelen provocar un sufrimiento añadido.
El tema de la experiencia hospitalaria, unido al de una operación quirúrgica, no es la primera vez que aparece hermanado con la poesía (recuérdese, por ejemplo, el poemario Trasmundo, de Ángel García López) y es también el que el escritor Ezequías Blanco (Paladinos del Valle, Zamora, 1952) ha querido afrontar en su último libro, Tierra de Luz Blanda. En los textos poéticos que conforman íntegramente el volumen, el escritor zamorano residente en Getafe, conocido tanto por su obra literaria bien contrastada, como por su labor al frente de la revista “Cuadernos del Matemático” y otras empresas socioculturales, afronta con un coraje digno de encomio, el reto de poetizar una experiencia que, en principio, podíamos considerar si favorece poco o mucho, el grado de su poetización. Creo, en principio, que no todos los poetas seríamos o somos capaces de ello y que el acometer tal empresa, bien pudiera servir de terapia psicológica en aras a vencer las secuelas de tal experiencia quirúrgica y hospitalaria. Ardua tarea, sin duda, esa de poetizar una experiencia traumática; si bien es cierto que convertir en literatura la experiencia de los límites, en este o en otros casos similares, siempre supuso un reto y un incentivo para el escritor que se pone a prueba a sí mismo y pone a prueba su suficiencia en ese transgredir las fronteras de lo tan difícilmente literaturizable.
Ezequías Blanco ha escrito un libro valiente y ha superado con nota el reto que suponía su empeño. Así lo vienen reconociendo crítica y lectores de su poemario Tierra de Luz Blanda, empezando por el prologuista del libro, el poeta Enrique Gracia Trinidad. Dedicado a los doctores que lo atendieron e introducido por citas de Escribir, de Marguerite Duras, y de Poesía y Cuerpo, de Cecilia E. Collazo, nos encontramos ante un viaje o una experiencia que somatiza líricamente pasos y procesos, intuiciones y circunstancias: desde el quirófano a la anestesia, desde la sala de reanimación al dolor y al gotero en una habitación de hospital, la herida y su drenaje, los calmantes, la cama y las visitas, la enfermera y el andador, los tiempos interminables (especialmente las noches), los miedos y temores en un Paseo por el amor y la muerte: “No había asomado por aquí la muerte/ todavía junto al amor que nace/ y el que se malogró/ en este tierra de luz blanda” (p. 42). Un viaje necesario que se culmina felizmente, pero que no termina cuando llega el alta, a la que ha de seguir necesariamente la recuperación. Ya en curso de la misma, el poeta se decide a hacer balance de su experiencia: “Por delante la tristeza y por detrás la niebla. / Y no hace falta ya que muera nadie. / Eso ha sido la vida en esta estancia: / trenes vacíos con estaciones sin destino” –escribe en el poema Balance, p. 45. Noches que siguen al insomnio, paisajes para después de la batalla en los que se comprueba que la vida sigue, el sol sale cada día y los árboles visten de hojas sus ramas en un abril que puede llegar a ser el mes más cruel. Así, como quien aprende a caminar de nuevo y halla siempre el auxilio de los bancos que esperan el reposo del cuerpo cansado o dolorido, porque no queda otra que afianzarse en la esperanza acertando a ver la vida como la maravilla que es, como una oportunidad de ser vivida.
Ezequías Blanco nos ha legado un libro existencial y valiente, que es expresión de una experiencia realmente difícil y dolorosa; pues no en vano el dolor puede llegar a considerarse como una de las mayores y más complejas experiencias. De ahí que el poeta se pregunte si habrá un día en que el dolor se aplaque, aunque sabe que “Breve es el tiempo de quien sufre” y que “La música del vuelo está perdida”.
José Antonio Sáez Fernández.




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