La Chicharra
Con compromiso
Me gustan los escritores comprometidos con la realidad social. Los que no se casan con el poder.
Renglones que laten juventud. Porque la buena
literatura no envejece. La realidad tampoco. Voz encendida, sinceridad,
estilo suelto del escritor que busca comunicarse, dardo encendido,
hervidero de palabras en revolución, a través de sus madurados
pensamientos. Relatos que hacen que el lector se siente, al fresco de su
narración, a reflexionar sobre el propio vivir y ser. Si hay pesimismo
hay que contarlo, desengaño, crítica agraz hacia el mundo que nos rodea,
ya político, ya social. Por eso, para eso, están los escritores
–filósofos- para ofrecer trochas meditadas, caminos con candil,
cuchillos de beso. Cuentos que cuentan dudas existenciales, eterna duda
unamuniana. Donde hay un cántaro de dudas, muy cerca está la libertad.
Historias comprometidas. El pulso y el pálpito de quienes viven la
interioridad social, rutinaria, diseñada por otros, suele ser el blanco,
la diana de una mirada crítica y consecuente. Hacer sentir lo que hay y
lo que se ignora. Lo que envidia el rico en el pobre, en una población
mediatizada en la ignorancia, el dolor y la obediencia. Un diario de
hechos, dolor, melancolía y reflejo; con ironía y suavidad de lo
sórdido. Los protagonistas observan, miran y dejan mirar. Relatos que
tocan la fibra del lector. No es una bravuconada, sino el filtro que
puede atenuar el atontamiento senil de una sociedad petrificada en la
que los golfos (políticos y sus correveidiles) campan a sus anchas.
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